En la edición del sábado 2 de abril de EL COMERCIO, Agustín Eusse publicó un artículo bajo el excelente título “El acoso sexual nos avergüenza”. Coincido plenamente: el acoso sexual es una vergonzosa realidad, ampliamente presente en nuestras sociedades. El artículo da cuenta de alarmantes datos acerca de esta lacra social, y describe el valioso rol que cumple para combatirla el programa “Cuéntame” del Municipio de Quito.
El artículo termina, sin embargo, en una idea que debe ser reexaminada. Dice el autor, “Más allá del apoyo psicológico que brinda el programa, es necesario un cambio de mentalidad para evitar el acoso a escala nacional; es decir, pasar a una política de Estado que aproxime más la justicia a los ciudadanos y que incluya un enfoque de género en materia de seguridad”.
Coincido en que necesitamos, y con urgencia, un cambio de mentalidad. Pero pregunto: ¿es a través de una política de Estado y un “enfoque de género en materia de seguridad” (idea que entiendo vinculada a las políticas públicas) que debemos tratar de lograr ese cambio? ¿No es más bien parte esencial de nuestra inhabilidad para mejorar nuestras sociedades el hecho que, ante todo problema, no se nos ocurre nada mejor que proponer otra nueva “política de Estado”?
Los cambios de mentalidad no se dan porque aprobamos leyes que prohíben y castigan comportamientos aberrantes e inaceptables. La teoría de “prohibir y castigar” se viene aplicando sin éxito desde hace milenios. Deberíamos tener la sensatez de abandonar aquellas teorías cuya validez no se ha comprobado después de tantísimo tiempo.
¿Cómo podemos, efectivamente, lograr este y otros cambios de mentalidad? Primero, abandonando la equivocada idea de que arreglar el problema les corresponde a las autoridades, los responsables de aplicar las “políticas de Estado”, y aceptando que el problema es nuestro –de cada uno y cada una de nosotros que conformamos la sociedad civil-.
Segundo, sensibilizando a todos los hombres ante el dolor, la humillación, el terror que provoca el acoso en las mujeres que lo sufren. Constituyó un bello esfuerzo en esa dirección el espectáculo “De mi puño y letra”, que hace algún tiempo nos brindó el Municipio de Quito. Sería de enorme valor que se pudiese presentar nuevamente y muchas veces.
Tercero, poniendo la presión de nuestra desaprobación y nuestro rechazo sobre los acosadores, a quienes vemos en acción a cada momento pero a quienes, más los hombres que las mujeres, no tenemos la entereza ni la valentía de enfrentar.
Cuarto, apoyando a nuestras mujeres con expresiones de rechazo al acoso que ellas sufren, y estimulándolas a atreverse a resistirlo, y a pedir (y poder contar con) nuestro apoyo si es necesario.
Quinto, criando y educando hijos varones que reciben respeto, aprenden a apreciarlo, y son, en consecuencia, capaces de brindarlo porque sienten profunda empatía con la mujer humillada y vejada por un acosador.
jzalles@elcomercio.org