Recorren América Latina -y nuestro país no es la excepción- frases hechas y seudoverdades que clasifican de un modo automático al ciudadano que ose pensar. En virtud de ese catecismo se es progresista o reaccionario, antiimperialista o vende patria, a juicio de núcleos que se siguen autodenominando de izquierda, pese a que la realidad les cambió el libreto en medio de las ruinas del llamado socialismo real, el único que existió, y cuyo invariable legado fue la pérdida de la libertad y la penuria económica.
Quien defienda hoy las llamadas “transferencias condicionadas” inmediatamente será progresista. Esos programas, que se han instalado en nuestros países, son la nueva panacea. Como el beneficiario recibe una cantidad de dinero salta de categoría y deja de ser “excluido” o víctima de la “pobreza extrema”. Nada más confortable. O sea que no se trata de un trabajador desocupado, sino simplemente de un mendigo presupuestado.
Quien hoy sostenga en nuestra América que debe bajarse la edad de imputabilidad de menores, será tildado de reaccionario, porque no es progresista “satanizar a los jóvenes”. No importa que la naturaleza del delito haya cambiado y que hoy suframos una delincuencia más joven y mucho más violenta. El consumo de drogas, el narcotráfico, el debilitamiento de la estructura familiar, la legislación no puede ignorarlo. Los delincuentes son más jóvenes. ¿Dejamos inerme a la sociedad, especialmente a los más pobres que tienen menos posibilidades de defensa?
No hay nada más reaccionario que los Informes Pisa o cualquier evaluación del mundo desarrollado. Se sostiene que debemos comparar el rendimiento de nuestros adolescentes con países subdesarrollados, nunca con los mejores, porque ellos -aparentemente- no son espejo en el que mirarse. Los mejores resultados los alcanzan Corea o Finlandia, que no son grandes potencias y han dejado atrás el subdesarrollo educando mejor a su gente.
Los derechos humanos, hoy son monopolio de quienes los violaron antes como guerrilleros o los violan hoy, groseramente, mediante el atropello a la prensa o a los partidos, como ocurre en Venezuela, Ecuador o hasta en Argentina. Una justicia teñida muchas veces de venganza persigue a militares de las dictaduras, con razón o sin ella, al tiempo que ignora los horrores de las guerrillas. Hay muertos de primera y muertos de segunda. Quienes combatimos políticamente a las guerrillas tanto como a las dictaduras, no tenemos derecho a recordar el carácter antidemocrático de ambas. Es recaer en la “teoría de los dos demonios”. En nuestro país hasta se ha inventado que los tupamaros nacieron para combatir la dictadura, cuando ya estaban derrotados al instalarse esta, y esto se repite y repite construyendo una desinformación digna del estalinismo.