Política y simulación

En nuestra vida política, decir la verdad parece menos rentable que decir mentiras con apariencias de verdad. Si se habla a una multitud, hay que mostrarse convencido hasta de las mentiras. Según lo que se está viendo en esta campaña, la verdad y la sinceridad parecen políticamente más censurables que la impostura y la mentira.

Siempre he creído que Mockus comete el ‘error’ político de pensar y dudar en público. Pero ese ‘error’ político es su mejor defensa, no ante el ‘tribunal’ que espera que se equivoque, sino ante los ciudadanos de bien que encuentran humano y hasta más sano incurrir en contradicciones que mostrarse seguro en las mentiras. La estrategia de atacarlo porque padece el mal de Parkinson es más bajeza si se la compara con la sinceridad de haber revelado la enfermedad.

Por eso, los seguidores de Mockus no se parecen a muchos de los seguidores de su oponente más poderoso. Este dice repudiar los métodos sucios de la propaganda que le hacen sus amigos, pero los ‘voluntarios’ de su campaña se sirven de ella para desprestigiar al rival mejor situado en las encuestas. Hagan el ejercicio de calificar la catadura moral de la propaganda y verán por qué especímenes como J. J. Rendón aparecen como salvavidas cuando las encuestas empiezan a hundir la nave del oficialismo uribista.

Ni Pardo, ni Petro, ni Vargas Lleras; ni siquiera Noemí Sanín (a quien separo de un intrigante Andrés Felipe Arias al acecho) han acudido a estrategias de tergiversación y calumnias. Ninguno de ellos se ha servido del chantaje del miedo. Han aceptado las coincidencias o marcado las diferencias con sus adversarios. Ellos y Mockus tienen todo por ganar; el uribismo en cuerpo ajeno teme perderlo todo y por eso dicen que lo que ellos pierdan lo perdería también el país.

A la caza de dudas y contradicciones, han querido imponer la idea de que Mockus ‘admira’ a Chávez, cuando solamente dijo que, por tratarse de un presidente elegido democráticamente, lo respetaba; que si se lo mandara la Constitución extraditaría a Uribe, solamente porque incurrió en el ‘error’ de olvidar que esa decisión incumbe al Presidente de la República.

No quiero ni siquiera imaginar a un presidente de Colombia que no ‘respetara’ a Chávez como mandatario democráticamente elegido, como se respetan en el orden mundial aquellos mandatarios que no comparten modelos ni métodos de gobierno. No quiero pensar que a la matonería se responda con matonería y a las leyes de la soberanía nacional con bombardeos al patio del vecino.

No recuerdo una campaña por la Presidencia que haya exhibido lo más repugnante de la política.

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