El baile de Jair Messias Bolsonaro no se parece a una zamba ni a una Capoeira, ese arte casi marcial de mucho arraigue popular en la historia de Brasil; lo del presidente brasileño es otra cosa. Es piromanía interna y externa.
Una primera lectura concluiría en que el gobierno de la derecha plena brasileña es una revancha contra el populismo – seudo socialismo del Partido de los Trabajadores, PT – liderado por Lula; quien, de haber participado como candidato presidencial, tenía el triunfo asegurado. Esto significaría que antes de la contienda electoral no había una polarización política ni ideológica, sino de confrontaciones de figuras emblemáticas para liderar un escenario nacional tan acorralado por tres indómitos caballos del Apocalipsis: inseguridad, corrupción y ausencia de un rumbo nacional concertado.
Un segundo aspecto supone que se trata de un proceso conducido por los sectores de clara identificación ideológica y política en el extremo derechista del escenario. Sin embargo, su aplicación es difícil en una sociedad muy diversificada por urbes, regiones y hasta por razas. Por tanto, el nuevo gobierno tiene mucho, pero no suficiente para una hegemonía autoritaria. En consecuencia, para seguir necesita dialogar y acordar y concertar puntualmente. Valdría para este propósito estudiar lo de Chile después de Aylwin y evitar una ruptura que regrese a los tiempos de la dictadura de 1964, de la cual el mandatario auriverde parece un impenitente nostálgico.
Sin embargo, como añadidura o evasión premeditada las actitudes en política exterior son díscolas, evidenciado los mismos genes de Donald Trump que está decidido a jugar con fuego en el mapamundi de estos años. No solo es el infernal caso de Venezuela, sino que se suma la tontería y descortesía con Francia y a la intromisión con el proceso electoral argentino agrediendo al candidato Alberto Fernández. Es muy extraño que un presidente en funciones ataque a un candidato de un país vecino y amigo. Un estilo de aviso nacista en la década de los años treinta del siglo XX, antes de que las divisiones Panzers confirmen el terrible anuncio.
Luis Tonelli de Diario La Nación de Buenos Aires hace un resumen: “Bolsonaro basó su acuerdo en lo que se conoce en Brasil como las tres B: buey, Biblia y bala. Es decir, con la dirigencia política ligada a los terratenientes agrarios (luego de que el caso Odebrecht dejará mal parada a la poderosa burguesía industrial brasileña), con una extendida red de líderes de las iglesias evangelistas activados al combate por la “ideología de género” y, por último, convencido de la “mano dura” y de las Fuerzas Armadas y de seguridad”.
El presidente brasileño, contrariando la tradición de la diplomacia del Itamaraty ha incurrido en un juego tosco, brusco y miope. Siempre hay que mirar a las cárceles cuando hay presos políticos, Lula, por ejemplo, sin descuidar la lectura de Manuel Azaña: “De la cárcel al poder”.
anegrete@elcomercio.org