Columnista invitado
La alegría es una, dice Baudelaire, en cambio, la risa exhibe dos caras porque se desdobla, por eso suscita convulsiones. En el paraíso terrenal (pasado o por venir, recuerdo o profecía, según lo imaginemos desde la teología o la teoría socialista), la alegría no radica en la risa.
Si la alegría es una, se pregunta Octavio Paz, cómo pudo ser proscrita del paraíso. La respuesta quizás sea esta: la risa es demoníaca y está asociada con la caída del ángel rebelde, Satanás, Luzbel, Leviatán, como quieran llamarlo, en todo caso, augusto fundador del infierno. ¿Qué produce la risa?: el ingenio de quienes están provistos de facultad para dar a la luz frases chispeantes y agudas alrededor de alguien o de algo que provoque ese cosquilleo de nuestra psiquis generadora de los estertores del reír. Reírse de uno mismo o de los otros: ejercicio bienhechor.
Pero quien lo hace debe estar dotado de cierto talento humorístico. Las personas acomplejadas carecen de humor, sus calamitosas bromas siempre son cáusticas, vitriólicas, avasallantes, o, lo que es peor, ridículas.
Cuenta la historia que el inefable Mariano Melgarejo (bipolar, alcohólico y estulto), no solo leía los periódicos al revés sino que había días en que contaba ‘chascarrillos’ rodeado de sus lacayos; quienes no se reían de sus insipideces perdían su manto protector. Muchos de ellos lloraban no sabemos si de indignación o de tristeza por haber perdido la gracia del dictador.
Hay políticos de todas las pelambres: adustos, sobrios, corteses, otros broncos, fatuos, chocantes, y, por cierto, quienes, conscientes del honor de su investidura, reprimen sus deficiencias (violentismo, egolatría, verbalismos, sofismas…), y procuran actitudes mesuradas, e inteligentes.
Los populistas echan mano de todo para acceder al poder o perpetuarse en él (misión imposible). Bailan, cantan, oran, gruñen, ‘bromean’, dando así rienda suelta a sus ficticios ingenios. Desabridos. Torpones. Camaleónicos. Ágiles usurpadores de la riqueza de las naciones, tratan de mutar el océano de corrupción en el que naufragan con derroche de insolencia y descaro. No saben que los pueblos son buenos pero no palurdos y que luego del letargo de la cruzada encubridora de sus actos porosos y hampescos, los castigan.
Desde otra visión, risa y dolor se expresan por medio de los ojos y la boca (el bien y el mal cohabitan en ellos). En el paraíso del tardo marxismo nadie ríe porque nadie sufre. Líderes y lideresas de nuestro continente obnubilaron a sus naciones con un proyecto llamado socialismo del siglo XXI. Mediante estados de propaganda azuzaron a sus pueblos para que se ensarten en una teoría que en la praxis desató miedo, hambre, cautiverio y muerte (Rusia y sus satélites).
Allí se quedarán algunos, aleteando -ángeles desnudos- mientras los impulsores del ‘proyecto’ disfrutarán de las mieses de sus latrocinios en los paraísos terrenales que están aquí y ahora.