Políticos desbordados

Como resultado de la infame guerra en Siria –como si hubiera guerras que no lo fueran- desde meses atrás, centenares de miles de sirios huyen de su país para evitar la violencia y el hambre. Van hacia países de la región que los acogen, Jordania, Líbano, Turquía, pero más se dirigen al norte, hacia la rica Europa, que a pesar de estar en crisis no deja de ser rica. Buscan sobrevivir: mujeres, niños, hombres, ancianos, todos seres humanos que por solo serlo tienen derechos inmanentes a la persona. El número de migrantes forzados es tan elevado que no ha habido flujo mayor desde la Segunda Guerra Mundial.

Las autoridades y políticos europeos de mirada corta y burocrática no comprenden lo que ocurre o no quieren hacerlo. Se reúnen, hablan, aprueban declaraciones, aplican la fuerza represiva para impedir esta incontenible marea humana desesperada y no lo consiguen, se ven desbordados. Llegan por Hungría, por la desolada Grecia, por Italia y, por encima de resoluciones henchidas de poder, esos migrantes forzados atraviesan de manera incontenible fronteras obligados por la violencia que arrasa su país, en buena medida provocada por esos mismos políticos con sus actitudes guerreristas utilizadas en esa región en defensa de sus mezquinos intereses.

Frente a este trágico escenario, por sobre estos políticos insensibles, aparecen los pueblos llanos de esos países desarrollados para brindarles ayuda sin que ese arrogante poder político y económico se pueda oponer. Esos pueblos constatan la tragedia, la ven, la comparten. Han armado, a través de redes sociales, lugares de acogida, de alimentación, de salud, a través de los países de la UE. Se producen manifestaciones de respaldo a nivel social, humano, no político. No importan las leyes nacionales ni comunitarias represivas, los municipios, muchos y en toda Europa, con Barcelona a la cabeza, se movilizan y brindan facilidades a los que van llegando. Hay familias, en Alemania, en Austria, y otros, que los reciben en sus hogares hasta que haya una solución.

¿Es que esos dirigentes soberbios no recuerdan la historia? ¿No recuerda Irlanda, Alemania, Italia cuando los EE.UU. acogió a sus empobrecidos y perseguidos miles de migrantes? ¿España se ha olvidado cuando el México de Lázaro Cárdenas abrió sus fronteras a los españoles que huían de la dictadura franquista?

¿Lo mismo que hizo Argentina con italianos y especialmente gallegos? ¿O Brasil y Perú con oleadas de migrantes japoneses y chinos? Todo esto para no citar pocos casos de flujos humanos forzados por la intolerancia y la violencia a buscar tierras de acogida.

Cuando los políticos no están a la altura de sus pueblos, se producen situaciones admirables que, dentro de la tragedia, nos hacen recuperar la fe en el ser humano solidario y generoso, que también existe, y dudar de esas autoridades que dicen representarlos.

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