En Turquía, los golpes militares (exitosos o no) siguen un patrón predecible. Primero aumenta el poder de grupos políticos (por lo general, islamistas) que los uniformados consideran contrarios a la visión secular para Turquía de Kemal Atatürk. Crecen las tensiones, a menudo acompañadas por violencia callejera. Entonces interviene el ejército, haciendo uso de lo que los militares consideran su prerrogativa constitucional de restaurar el orden.
Pero esta vez fue muy diferente. Una serie de juicios arreglados contra los oficiales secularistas había permitido al presidente Recep Tayyip Erdogan reconfigurar la jerarquía militar y poner a gente de su confianza en la cima. El país pasó por atentados terroristas y un agravamiento de la situación económica sin indicios de malestar castrense ni oposición. Por el contrario, es probable que para la cúpula militar haya sido un alivio la reconciliación con Rusia e Israel, y su aparente deseo de retirar a Turquía de la guerra civil siria.
No menos desconcertante fue la conducta casi diletante de los golpistas, que lograron capturar al jefe del estado mayor, pero no hicieron ningún intento realista de detener a Erdogan o a políticos de alta jerarquía. Dejaron a los principales canales de tv. seguir transmitiendo durante horas, y cuando los soldados se hicieron ver en los estudios, su incompetencia fue casi cómica. El golpe incluyó ataques aéreos al parlamento y sobre civiles, algo muy poco característico del ejército turco fuera de las áreas de insurgencia kurda. Las redes sociales se llenaron de imágenes de civiles arrastrando fuera de los tanques y desarmando a soldados desafortunados y despistados; escenas que nunca pensé que vería en un país que aunque aprendió a odiar los golpes militares, sigue amando a sus soldados. La intentona potenciará la bilis de Erdogan y provocará una caza de brujas generalizada. A miles de personas les aguardan la expulsión del ejército y otros organismos, la detención ylos juicios, con poca consideración por la legalidad o la presunción de inocencia. Ya hay preocupantes llamados a reinstaurar la pena de muerte. La violencia contra los soldados capturados es preanuncio de un jacobinismo que pone en riesgo lo que queda de garantías de debido proceso.
El intento de golpe es mala noticia para la economía. La reconciliación (aunque solo aparente) de Erdogan con Rusia e Israel se debió probablemente al deseo de restaurar flujos de capitales y turistas extranjeros, una esperanza que difícilmente se concretará.
Pero en lo político, el golpe fallido es una bendición para Erdogan. Como él mismo expresó cuando todavía no se sabía si saldría victorioso, “este levantamiento es un regalo de Dios, ya que será una razón para depurar nuestro ejército”. Fracasado el golpe, Erdogan queda en circunstancias favorables.
*Project Syndicate