Coincidencia o no, una vez que el proyecto empieza a hacer agua por los costados, cuando la escasez de recursos saca a flote las incompetencias e inoperancias de los que antes se presentaban como infalibles, en el momento en el que, al parecer y al menos por ahora, por el cálculo político que fuere su mejor exponente en la tarima no irá por la reelección, empiezan a brotar los desencantados, los que ahora señalan que se les hacía difícil respirar en un ambiente donde exponían sus ideas, pero nadie las recogía si se salían de la línea trazada por esa especie de comité central que, por casi una década, se encargó de delinear todo lo que tenía que suceder en cualquier ámbito del Estado.
Al fin y al cabo, lo coparon todo. No hicieron conocer al público sus discrepancias cuando el poder se ensañó con periodistas, con gente sencilla que era increpada de la peor forma por disentir o por realizar una expresión que molestaba a la autoridad de turno. Apoyaron y justificaron las acciones que permitieron llenar cualquier resquicio con militantes e incondicionales, en vez de abrir espacios que permitan una verdadera democracia de pesos y contrapesos. Lo vieron todo de manera que se les hiciese fácil construir argumentos para seguir de lado del poder.
El discurso de la supuesta reivindicación, la lucha por los desposeídos y la búsqueda de mejores días para la Patria fueron elementos convincentes para seguir disfrutando de canonjías, mientras a despecho de ello se fracturaba con un discurso hostil la convivencia entre ecuatorianos, a quienes el oficialismo se encargaba de dividir entre malos y buenos a través de un discurso maniqueo.
En ese tiempo, cuando el discurso oficial era cuasi palabra sagrada, miraron hacia otro lado, no se percataron de los excesos, no se atrevieron a hacer pública ninguna expresión que les hubiera acelerado su salida de los actos y cocteles gubernamentales. Como se puede colegir de las palabras de alguno de ellos, se habrían sentido vacíos. Su petulancia se habría hecho trizas, sus ansias de mostrarse tan brillantes y profundos no habrían tenido escenario en donde exhibirse, se hubiese acabado todo demasiado pronto.
El precio que debían pagar era el silencio. Morderse los labios para no contradecir al poder al que sirvieron y del que se sirvieron. Ofrecer ideas, argumentos, excusas para los desafueros que se cometían les seguía abriendo espacios, así se fueron convirtiendo en “funcionales” para el proyecto. Si al menos hubieran pensado hacia sus adentros, hubiesen tenido ese convencimiento que mostraban algunos, pero era en vano. A juzgar por sus palabras actuales, experimentaron en carne propia la falta de libertad. Cosa grave.
Algunos más prudentes optaran por un perfil más discreto. Los más audaces, intentan arrimarse a otros grupos que buscan presentarse como alternativas políticas. En todo caso, serán los propios ecuatorianos los que se encargarán de encontrar el verdadero espacio que se ganaron con su cuarto de hora de notoriedad silente, cómplice.