En estos nueve años, los tiempos políticos caminaron a la perfección y, sobre la base de esa sincronía, Alianza País pudo construir su poderío. La decadencia del sistema de partidos, diseñado en 1978, coincidió con el inicio de la mayor bonanza económica, nunca antes vista en el país. Rafael Correa y su proyecto de revolución ciudadana tuvieron la habilidad de administrar y beneficiarse de ese tiempo perfecto.
El país recibió una notable obra de infraestructura bajo un modelo económico controlado por el Estado, donde derechos políticos y libertades se restringieron, mermando también la capacidad de fiscalizar todo el gasto público.
Pero el relojito suizo ha comenzado a fallar y, ahora, el proyecto político más publicitado de la historia del Ecuador tiene problemas para administrar sus tiempos.
Por primera vez en nueve años, la política y la economía corren a ritmos distintos sin que el oficialismo sepa cómo alinearlos. Aquello quedó en evidencia durante la fiesta del sábado en el parque Samanes de Guayaquil. Mientras Correa era el centro del espectáculo musical y luego, en su discurso, pronosticaba una campaña electoral sucia, EE.UU. y la Unión Europea levantaban las sanciones a Irán, complicando aún más el devaluado mapa petrolero.
Cuando el Presupuesto del Estado se descuadra en la tercera semana del año, hablar de las elecciones que ocurrirán 13 meses después quizás no sea lo más recomendable.
Si Correa optó por no ser candidato es porque decidió encarar los duros tiempos económicos alejándose de las tentaciones políticas. Negar la crisis y postergar las decisiones económicas urgentes (achicar el Estado, dialogar con el FMI, priorizar gastos, diseñar una agenda legislativa acorde y eficiente) para que los votos de Alianza País no se afecten es peligroso. Estos meses son vitales para la salud de la economía nacional y el tiempo no perdona. De las elecciones, que se encarguen otros.