En política, los ecuatorianos tenemos fascinación por los locos. Al “loco” Velasco lo elegimos cinco veces presidente. Y el “loco que ama”, Abdala Bucaram, llegó a presidente, el Congreso lo destituyó, arguyendo desajustes mentales, y hasta la fecha, no lo han dejado volver, seguramente por temor, de que las “masas trigueñas”, lo vuelvan a colocar en Carondelet. La alucinación por los locos no solo es un problema de los ecuatorianos. Alemania también tuvo el suyo: Hitler.
El embeleso por los locos y la distancia con los cuerdos es parte de nuestro ser. El liderazgo sesudo, sereno y estratégico tiene poca acogida en nuestro suelo. Históricamente la razón penetró levemente nuestra matriz. El racionalismo, una de las banderas de la revolución liberal, poca mella hizo en nuestra cultura. En este ámbito, la revolución educativa de Alfaro fue un fracaso.
La prevalencia del sentimentalismo, del instinto, del “corazón”, en las relaciones sociales y políticas, siendo a veces, una cualidad, es uno de los factores del desastre político y económico del país. El clientelismo, el populismo se nutren de tales expresiones de la mayoría de los ecuatorianos. Por esto los caudillos, aventureros y oportunistas, de derechas o izquierdas, llegan con cierta facilidad al poder.
La “chusma”, “la multitud”, condicionan y crean a sus líderes, a su imagen y semejanza. Candidato que desee ser electo, tiene que desarrollar cualidades histriónicas. Debe bailar y cantar en la tarima, contar chistes, hablar hasta por los codos, besar niños y mujeres. Tiene que disfrazarse de indio, afro, serrano, costeño y montubio, académico y empresario. Debe aprender a endulzar los oídos, para ser aclamado por un auditorio diverso y contradictorio.
La revolución ciudadana, a través de la propaganda y los medios, explotó y desarrolló a niveles extremos el liderazgo populista, reforzado por ingredientes culturales de origen colonial: machismo, patriarcalismo, fanatismo, miedo y abundante violencia verbal y simbólica. La sociedad es más populista y derechista que antes.
En este punto hay que hacer un pare y un viraje. Una dosis más de liderazgo populista, y la caída al barranco es inevitable. En la inminente campaña electoral deberían surgir nuevos liderazgos, que logren unir sentimiento y razón, en una gran convocatoria de unidad para enfrentar la crisis y superar el autoritarismo.
Nos fascinan los locos (o los “hechos los locos”), sin embargo algo de racionalidad hay que introducir en el proceso electoral. ¿Será que los electores, además del programa político que marca la seriedad de una propuesta, debemos exigir también, que los candidatos y candidatas, pasen por un examen médico imparcial e idóneo, para saber las condiciones óptimas, físicas y mentales, de quienes aspiran representarnos?