Es característico de la política ecuatoriana disminuir al adversario, encontrarle los defectos, magnificarlos e inclusive inventarlos para hacerle quedar mal. Muy poco se ponderan los méritos, especialmente si son ajenos.
Si se reconoce algún aspecto positivo, siempre está acompañado de algún pero. La campaña de vacunación ha sido excelente, dice el líder socialcristiano, pero… Siempre hay un pero para todo.
Nunca ha estado el país tan al borde de un colapso institucional por lo que pasa en la Asamblea Nacional. El período anterior fue, sin duda, el peor que ha tenido esa función, de suyo desprestigiada no solo a nivel nacional -porque su tarea es extremadamente compleja, tanto en lo legislativo como en lo concerniente a la fiscalización-. Añadamos que se cometió el pecado mortal de eliminar la renovación parcial, que oxigenaba el ejercicio parlamentario y renovaba a sus integrantes, impidiendo el agotamiento que cada vez se produce con los mismos nombres, los nuevos escándalos y la mediocridad cada vez más extendida.
Ese desgaste casi natural e inevitable se agrava por el empeño de sus propios integrantes para sembrar dudas, promover comentarios negativos, insinuar malas acciones, maximizar los problemas. No solo que se producen hechos condenables que han sido evidenciados, en unos casos, por los propios dirigentes de los partidos en los que malos elementos han ejercitado malas artes -como bien ha hecho la ID- sino que existe el empeño evidente de enredar a sus integrantes y a sus dirigentes, con insinuaciones malévolas y con referencias incompletas a hechos que la memoria colectiva olvida con facilidad. ¿No sabemos todos que contra la asambleísta que ejerce la presidencia de la Asamblea se ejecutó una persecución política desde el gobierno y desde la Contraloría? ¿A qué conduce la insinuación de que existen glosas que lo más probable es que sean producto de esa persecución? El nivel de la discusión es tan pobre y subalterno que se ha convertido en un problema de Estado el precio de las empanadas de morocho, mientras hay problemas tan graves que solucionar.
Una cosa es luchar contra la corrupción sin contemplación alguna y otra, muy distinta, insinuar, perversamente, que todos son corruptos.
La fórmula de desprestigiar indiscriminadamente mina a la Asamblea. Su credibilidad está, otra vez, por los suelos, a cuatro meses del inicio de su gestión. La mejor manera de contribuir al desorden y al debilitamiento institucional es sembrando dudas sobre todos, con acusaciones infundadas, con insinuaciones malévolas. Así, todos son malos.
No hay duda de que hay malos elementos que deben ser sancionados con energía y sin contemplaciones, pero generalizar como se lo está haciendo, esparciendo lodo con ventilador, solo conduce a terminar con lo poco que queda de una institución básica, poniendo una bomba de tiempo que explotará para todos.