La propaganda permanente, plagada de diatribas, descalificaciones e injurias repetitivas y cansinas, receptada con alborozo y matizada con aplausos impelidos por afanes reivindicativos, originados en constantes promesas de debilitar a los fuertes para fortalecer a los débiles, ha conseguido dar vigencia a tesis que sustentaron regímenes apocalípticos y que parecían olvidadas en rincones de oprobio de la historia, por haber constituido fuentes de odio y de enfrentamiento entre seres humanos.
Un trabajador responsable defiende la majestad de su actividad laboral con el cumplimiento pleno de sus funciones en un marco de honradez y capacidad. Sus ejecutorias deben ser el fundamento de este afán y su palabra, reflejo de una conducta ejemplar, convertirse en una expresión sagrada dentro de la gran comunidad huérfana de brújulas que enrumben su inocencia y limitada erudición, por senderos de unidad y positivismo.
La tranquilidad y la paz que sean generadas por esta sabia orientación, convertirán a las frases fecundas y esperanzadoras en un valioso tesoro de quien las emite y del grupo que las recepta y las utiliza como modelo de un accionar que beneficia al conglomerado social en un marco de progreso solidario y armónico.
Los niños y los jóvenes deben recibir buenos ejemplos para cimentar el desarrollo del país que quedará en sus manos, alejado de la constante confrontación y del insulto soez, con los que el deterioro moral ha alcanzado situaciones tan extremas, como la de una trabajadora sexual que se expuso en la vía pública y a la luz del día. O la del empleado que, ante la sospecha de un acto de corrupción, en lugar de ordenar una justa investigación, intimidó a los denunciantes. O la prepotencia y arrogancia con las que algunos funcionarios alteran el convivir cotidiano cuando proyectan el pavoroso respeto a su superior y lo trasladan como maltrato a su inferior.
El pensador francés Alexis de Tocqueville se preguntaba en el siglo XIX: “¿Se han parecido, pues, todos los siglos al nuestro? El hombre ha tenido siempre ante los ojos, como en nuestros días, un mundo donde nada concuerda, donde la virtud carece de genio y el genio de honor”.
La virtud individual se fundamenta en la verdad y en la transparencia; un proceder diferente probaría de manera fehaciente que nuestros días son iguales a aquellos en los que nada concuerda en un mundo carente de honor.
La rectificación oportuna devolverá consideración y admiración de unos a otros, dirigentes y dirigidos.
Retornemos al país de la paz, unidad y respeto, desterremos rivalidades, envidias, odios y corrupción y superemos la angustia y el dolor de permanecer en el triste nivel al que hemos llegado.