Ya sé que voy un poco tarde, que quizá a estas alturas ni te llegue mi carta, pero como no hay peor gestión que la que no se hace, igual te envío la lista de cosas que quiero por Navidad. Y no te preocupes, que para ninguna necesitas plata (sé bien cómo está la situación) solo ingenio y supongo que paciencia. Tampoco me voy a poner exigente, lo que puedas darme será bien recibido; créeme, Papá Noel, si me traes aunque sea un par de estos regalos contarás con mi gratitud eterna.
A ver, estoy necesitando de urgencia un Presidente nuevo. El modelo, ‘plis’, tiene que ser distinto, así que toca cambiar de fábrica (me parece que en esa que queda por la Shyris los hacen con tendencias autoritarias, y a mí esos presidentes no me gustan). Ah, y que sea más estadista que carismático.
También, quiero que me consigas los repuestos para cambiar mi Asamblea, el estado de la pobre es lamentable; la debes haber visto: es inservible. Fíjate que venga con pilas y con set de ideas propias incluidas. Este modelo muñeco-de-ventrílocuo me pareció fatal; ya ni deberían fabricar ese tipo de asambleas.
Harto pundonor, porque es para compartir. En realidad mi idea es ir a repartirlo entre los voceros oficiales del Gobierno, que dicen cualquier cosa, como si no les estuvieran grabando, como si nunca nadie les fuera a pedir rendición de cuentas. Al pundonor (que ojalá sea bastante) lo voy a empacar como si se tratase de caramelos, así que por favor además me mandas muchas fundas biodegradables.
Ando antojada de un poco de silencio para poder, primero, pensar y, después, trabajar. En este mercadillo de dimes y diretes en el que se ha convertido el país es imposible concentrarse en algo. Está uno, genuinamente, pensando en una alternativa legal y viable para frenar las reformas con piel de enmiendas y sale un ocurrido con que mejor vamos a la muerte cruzada o a lanzar cortinas de humo por el estilo. Es insufrible. Diles que se callen un ratito.
Haz lo posible por traerme leyes dignas de respetar, que no provoquen repetir ‘ad infinitum’ esa costumbre tan autonómica –y perturbadora– que durante siglos aplicamos cuando desde la Península Ibérica nos querían gobernar: “Se obedece, pero no se cumple”. Yo tengo ilusión, como le dice Maud Watts al policía, en la película ‘Sufragistas’, de que en este país haya leyes que merezcan ser obedecidas; si no, qué ganas de convertirse en Bombita, ese entrañable personaje de ‘Relatos salvajes’.
Y si no encuentras nada de lo anterior, hay una sola cosa que necesito sí o sí: la voluntad de hacer las cosas por mí misma, para no esperar que 99 o 137 manos se alcen en la Asamblea, o que un decreto sea dictado por televisión un sábado cualquiera, y que de ellos dependa mi vida (la vida de todos). Esta voluntad es del tipo ciudadano y político, para con mis propias manos e ideas hacer que Ecuador sea digno de llamarse país; bueno, y también inteligencia para saber cómo hacerlo. Eso nomás.