La Policía municipal
Era una trifulca en la que estaban involucradas unas cinco personas, igual número de curiosos, y un solo policía metropolitano que había llegado poco antes para pegar unas calcomanías sobre los parabrisas de varios vehículos mal estacionados.
La autoridad era insultada por los prepotentes dueños de automotores que ignoraban el rótulo de “no estacionar”.
El sentido común supone que si la señal de tránsito indica eso, simplemente no hay que estacionar. Una vez que el policía logró sacar del sitio a la mayoría de los automóviles se enfrentó con el dueño de una camioneta que sencillamente se negó a retirar su vehículo. Me acerqué a conversar con el policía, quien se sentía abatido por el mal trato recibido.
“¿Qué le parece?, me insultan, me amenazan que me van a denunciar, lo que yo hago es cumplir con mi obligación de decirles que no se deben parquear en esta zona”. Fueron algunas de sus palabras antes de subirse a la moto y continuar su recorrido. Este incidente ocurre a diario en la avenida González Suárez, en la misma cuadra donde funciona la sucursal de un banco. Los automovilistas simplemente se acostumbraron a estacionar en el carril izquierdo que debería ser para que el tránsito fluya.
Cuando esa función estaba a cargo de la Policía Nacional, en el carril izquierdo de esa avenida colocaban unos conos, que si bien reducían el espacio, al menos evitaban que la gente se parquee. Tengo la impresión que la Policía municipal no fue lo suficientemente bien entrenada para cumplir esa difícil misión en una ciudad como Quito que tiene un tránsito absolutamente caótico. Esto lo digo porque también he observado el escaso respeto de los choferes de buses cuando la autoridad de tránsito pretende sancionar una infracción.
Al otro extremo de esa avenida, en la plaza que lleva el nombre del prócer uruguayo José Gervasio Artigas, el caos es diferente y los peatones corren muchos peligros. Si alguien logra cruzar en ese sector de un lado a otro sin riesgo de ser atropellado, definitivamente es un suertudo. Los pasos o rayas en el pavimento, que llevan el nombre de un solípedo del África austral, muy pocos los respetan o ignoran para qué sirven.
La Ley de Tránsito consagra la prioridad que tiene el peatón en el uso de las vías públicas, lo cual significa que las personas tienen prioridad. La misma Ley sanciona con fuertes multas a los infractores, pero se advierte que la Ley ya no asusta, que los límites de velocidad son apenas una referencia y que el peatón importa muy poco.
Si a todo esto se suma la disminución de las multas es obvio que el automovilista se siente ahora con más libertad para hacer lo que le dé la gana en las calles y avenidas de la capital. Por eso es urgente una campaña municipal o de quien tenga esa competencia para evitar que el caos en el tránsito se vuelva crónico.