Polarización es la palabra de moda para definir la situación política latinoamericana. Los últimos procesos electorales en Ecuador, Chile, Perú, México, confirman un evidente contrapunto entre las distintas tendencias políticas. Pero también hay otras demostraciones a tomar en cuenta, desde la violencia en las calles de Colombia, hasta los conflictos institucionales de todos los días en Argentina, Brasil o Bolivia. Por supuesto que los extremos de confrontación los provocan las dictaduras de Venezuela y Nicaragua.
Pero ¿cómo entender o descifrar la polarización? ¿Los países latinoamericanos están partidos en segmentos opuestos, con visiones y proyectos que parecen irreconciliables?
En los procesos electorales, la polarización ha tenido claramente matices políticos, más allá del contenido ideológico que podría estar subyacente. Los casos de Ecuador y Perú han mostrado con evidencia esta contraposición y, de alguna manera, también la superación de las ideologías. Es de suponer que las próximas elecciones presidenciales de Colombia y Chile se efectuarán en un escenario parecido, si no idéntico, de candidaturas situadas en los extremos del espectro político.
El caso peruano agrega otros ingredientes que deben tomarse en cuenta. Uno de ellos es la distancia entre el voto urbano y el voto rural. Y, todavía más significativo, la diferencia en la votación de las zonas del país más deprimidas con elevados índices de pobreza y desempleo, con la votación de las zonas más desarrolladas, de clase media o alta.
Llegamos entonces al punto neurálgico de la cuestión. ¿La polarización política se relaciona, quizás se identifica, con una polarización social y económica? ¿Con las desigualdades históricas, que no han sido superadas, que se han agudizado en estos meses de pandemia, de desempleo, de miedo, de creciente desesperanza?
Por ello no resulta extraño que, en este clima social, el populismo, los populismos de derecha, de izquierda, de donde quiera que se ubiquen, hayan cosechado el favor de los descontentos, de los desesperados, con su clásica oferta de humo.
A ello hay que agregar la presencia, muchas veces solapada, del plan que pretende, por cualquier medio, desmoronar la estructura democrática y sustituirla por un modelo autoritario y corrupto, que ya ha producido sus peores frutos en algunos países.
La situación es extremadamente peligrosa. La polarización puede derivar en resultados trágicos, no solo por el proyecto desestabilizador, sino porque es capaz de generar una crisis sistémica que afecte al conjunto del orden social.
En este ambiente, el caso ecuatoriano puede cumplir un papel trascendente: demostrar que abandonar los extremos, renunciar a las proclamas populistas, fortalecer las instituciones, abordar con honestidad los compromisos gubernamentales, y con esos fundamentos atender los reclamos populares, es la maneraeficaz de superar la polarización.