El mundo comprueba que Nicolás Maduro cumple al pie de la letra su tétrica amenaza si no ganaba las elecciones: «un baño de sangre y en una guerra civil fratricida». Forjó un fraude descomunal y desvergonzado. Los observadores de las NN.UU. y del Centro Carter han dicho: «Las elecciones de Venezuela no cumplieron con los estándares internacionales de integridad electoral y no pueden considerarse democráticas». Solo se permitió observadores devotos del chavismo. Se frenó el ingreso de personalidades independientes. Excepto a los ardientes chavistas, allí estuvieron los correistas.
El régimen venezolano es una tiranía. Un despotismo, totalitarismo o absolutismo que acumula el poder total. No hay espacio para la disconformidad. Es un régimen con estrechos nexos con el crimen organizado y el narcotráfico. El Tren de Aragua y el Cártel de los Soles evidencian su naturaleza criminal. Ahí está Diosdado Cabello. Un régimen empapado en corrupción. La dictadura de Maduro supera a las viejas que soportó América Latina en el pasado de los 60 y 70.
En Venezuela se libra la batalla de dimensión global: democracia versus autocracia o los totalitarismos. Una nueva ola de la Guerra Fría. Con la autocracia está Rusia, China comunista, Irán, Cuba, Corea del Norte o Siria. Mientras que los EE. UU., la Unión Europea y los gobiernos de América Latina, abogan por la democracia: restando a los regímenes que obedecen al foro de São Paulo y Puebla.
El régimen de Nicolás Maduro es el santuario del totalitarismo que aglomera el poder total. El monopolio del poder. No existe señal alguna de poderes divididos, equilibrios o controles. Se asienta en la complicidad de la élite militar y policial, sus milicias y guardas paramilitares, los «colectivos» o motorizados, siembran terror y pánico. Los que piensan distinto son aislados, apresados, torturados o desaparecidos. Una diáspora de casi 8 millones forzados desplazamientos. Huyen del infierno. Similares a las producidas en Etiopía, Camboya, Azerbaiyan o Siria.
Un sistema punitivo penaliza la crítica como «traición a la patria», «instigación al odio», «asociación por delinquir» o «terrorismo». Una dura represión infunde miedo. Detenciones arbitrarias, torturas y humillaciones crueles no han podido esconder.
Maduro le quitó a su pueblo el miedo. Millones gritan: ¡No tenemos miedo! Son quienes eligieron a Edmundo González Urrutia como presidente. El fraude es brutal. Pero no olvidemos que las dictaduras terminan.