Nada tiene que ver Dios con la burocracia. Pero para algunos funcionarios públicos, es Dios quien les ha puesto ahí y gracias a él, los han elegido para tal o cual dignidad. Se ufanan de ello y lo dicen en público y frente a cámaras sin ningún rubor, como parte de sus estrategias para conseguir votos y aplausos de los fieles.
Ahora resulta que Dios elige dignidades, pone y quita autoridades. Alcaldes, concejales, consejeros, asambleístas, dan gracias a Dios por los votos que han recibido en las urnas. Dan bendiciones y cierran sus prédicas con un amén, confundiendo la tarima con el púlpito, los discursos con las homilías y los electores con las ovejas del rebaño.
Unos, más exagerados que otros, juran sobre el libro sagrado o levantan sus manos al cielo y le agradecen por tal designio. Otros tienen a sus subordinados orando antes de empezar la jornada laboral. Y otros, ejerciendo puestos públicos, pavoneando con sotana su ego y su vanidad, quieren exorcizar al país y limpiar sus almas como si el cargo político les diera tal potestad.
¿Qué pensará Dios con tanta gente pronunciando su nombre en vano, contrariando el segundo mandamiento, ese que justamente dice “No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios?” (Ex 20, 7; Dt 5, 11).
A Dios ahora lo meten hasta en la sopa. Peor: en cualquier sopa servida en el mismo plato de la demagogia y el populismo, en un Estado que se supone laico pero cuyas instituciones están continuamente usando su nombre, en vano. Si Dios se enoja por tanta blasfemia, vendrán los temblores, diluvios, sequías y tormentas.
Al César, lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22, 15-21). Nada tienen que ver la sujeción de leyes civiles o la salud pública, con la fe, la moral individual y particular, las creencias o el culto.
Los derechos civiles de las minorías (entre ellos el derecho al matrimonio igualitario, que es un contrato entre dos personas) nada tienen que ver con Dios (otra cosa es que la Iglesia no quiera dar el sacramento de acuerdo a sus normas internas o a sus dogmas). Pero Él, ese Padre Bueno, seguramente, estará justamente del lado de esas minorías, sin juzgar, porque es quien ampara a los débiles, protege a los desvalidos y a los ninguneados de la sociedad, quien está con los pobres, con los oprimidos y marginados, acompaña y hace suyas las causas justas.
Pobre Dios: hacerle responsable de las glorias de la política y de los triunfos electorales o convertirle en instigador o alcahuete de homofóbicos, racistas, xenófobos, machistas, misóginos, grupos antiderechos, políticos corruptos, abusivos y poderosos.
Pobre Dios, ¡en qué cosas le han metido algunos seres humanos, que confunden sus creencias con las leyes, la sociedad civil con los fieles o las instituciones con los templos!