Hace poco, desperté, no con el cantar de los gallos sino, con voladores explotando alto en el cielo sobre el Santuario de Guápulo.
Aunque mal dormida por la música que sonó hasta la madrugada, me arrepentí por no haberme unido al jolgorio popular que, con sabiduría, se ha acoplado al tiempo actual. Las campanas repican solemnes y los rosarios alzan sus plegarias a la esperanza de un pueblo que no se dará por vencido. Sentí felicidad ante la continuidad, un hilo conductor histórico, como en las películas. La perpetuación de nuestra cultura, la mezcla de lo tradicional y lo moderno, el entretejido de la iglesia con el pueblo, la mezcla de solemnes rezos con la música popular, creando lo que hoy tanto necesitamos, la realidad desnuda, no los sueños impuestos, las necesidades convertidas en videos publicitarios y en mentiras gigantescas. Todo por un voto. Por entretener la vanidosa idea de la perpetuidad en el gran engaño del continuismo, ideas que confunden a un pueblo hambriento de vida sin temor. Esos días, sentí el amargo de la rabia, escuchando una entrevista radial en la que la conocida periodista preguntaba a una de las defensoras de esta no democracia, si intentaban perpetuarse en el poder. Ella, tan confundida como el pueblo, traspasaba la no ideología que sustenta al poder. No quieren perpetuarse pero sí la continuar en el poder que, como resultado da perpetuidad. Aparece el continuismo, tendencia nacida en la intención de sostener lo insostenible, que una persona o grupo permanezca, se mantenga, se aferre a un estado sin que se produzcan cambios con significado social de mejora para el pueblo que los eligió y, que clama por libertad económica, de expresión e ideológica. Libertad del miedo que se inculca, eso sí libremente.
Está bien perpetuar la cultura que es nuestra identidad. Que año tras año se permita la exageración hasta, inclusive, a la contaminación auditiva. Ese continuidad es el hilo conductor de quienes somos y cómo llegamos históricamente hasta aquí. En él, se encuentran muchas de las respuestas a nuestras interrogantes respecto a por qué nos merecemos el continuismo político.
Que se perpetúen los santos y las vírgenes en las iglesias, que los recen y se levanten las plegarias con las manos contando misterios pero, que los políticos jamás pretendan recibir trato parecido. Que por la Virgen de Guápulo y la del Cisne, con respeto, sus fieles, con voluntad y libertad religiosa, hagan fiestas, que cuesten lo que quieran gastar, lancen cohetes y luces de mil colores. Que contraten músicos y decenas de cantantes.
Que a los políticos deshonestos se les descubran sus misterios y se les agüen sus fiestas. Que bajen del imaginario altar y sientan el sentimiento del pueblo, bailen con ellos, su baile millonario; se rían, con ellos sus disonantes carcajadas, se enfrenten a la rabia de un pueblo engañado y la soporten. No al continuismo sí a la continuidad. No a la perpetuación de un sueño mal logrado.