El tema es apasionante. Sí, de veras apasionante, porque quien no pone pasión en la vida -el amor, la familia, el trabajo, la lectura, el estudio, el servicio, el tiempo libre, el descanso activo, y en general la búsqueda de sentido- no ha logrado consolidar un proyecto existencial saludable.
Esta premisa da consistencia a la idea sobre lo que pensamos y sentimos sobre el placer, que es una categoría humana respetable que ha sido menospreciada en contextos culturales y religiosos que usurparon este derecho humano, en nombre de la culpa o del pecado. Este error por omisión ha condenado a muchas personas a la soledad, al remordimiento, al dolor y al sufrimiento fruto del escarnio interior.
Hablemos claro: el placer es una experiencia primaria que se produce cuando se satisface una necesidad o un deseo, ya sea de forma real o anticipada. Basta recordar el famoso triángulo de Abraham Maslow, quien formula una jerarquía de necesidades humanas en cinco niveles: los cuatro primeros se agrupan como “necesidades de déficit”, mientras que el nivel superior es denominado “autorrealización”, motivación de crecimiento o necesidad de ser.
En ese contexto es interesante identificar: el placer físico, el placer psíquico, el placer emocional, el placer intelectual, el placer lúdico y el placer contemplativo, entre otros. Los griegos distinguieron cuatro tipos de amor: la philia (afectivo), storge (amistad); el ágape (a los demás); y el eros (romántico o sexual).
El placer -en un sentido amplio- es encontrar lo que nos hace bien. También es reconocido como un sentimiento agradable -mejor si es recíproco-, que nos estimula a nivel físico y emocional.
La solución, aparentemente, es simple: conocerlo, disfrutarlo. Los terapistas plantean que el placer es afín a la salud física, emocional y espiritual. Pero si el placer se convierte en culpable se torna negativo y a veces agresivo.
Un primer paso sería no confundir el placer con el sexo o la sexualidad, porque el verdadero placer abarca un abanico de opciones en la dirección del bienestar pleno. El segundo paso es no desacreditar el placer, en nombre de un hedonismo desenfrenado, porque el verdadero placer tiene rostro humano; por lo tanto, autocontrolado y supeditado a valores superiores.
La ciencia ha confirmado que el placer -no solo sexual- descarga una cantidad de hormonas como la dopamina, serotonina, oxitocina y endorfinas que generan una sensación de bienestar general y contribuyen a mejorar nuestra salud. En cambio, el placer culpable puede provocar dolor, sufrimiento y enfermedad. ¿Qué opina?