No es que nuestra historia sea especialmente original. Participamos de las mismas olas, corrientes y tormentas que afligen a la mayoría de los países latinoamericanos y sufrimos los mismos avatares, permanentes o cíclicos.
Hoy, el intento correísta de meter el palo entre la rueda resulta patético, tanto como esta aventura pseudo clerical del señor Tuárez. La torpe imagen va dejando en evidencia la triste realidad: otra de vez de por medio la politiquería, el amor desmedido al dinero y al poder, el medro personal… Adiós pobres, adiós democracia, adiós Orden de Predicadores… Cada día, Tuárez, estás más lejos y las aguas por las que navegas se vuelven más turbias. Esperemos que algún día, a no tardar, la autoridad eclesiástica te ponga en tu sitio y la civil acabe mandando al Cairo a un Consejo de Participación Ciudadana malnacido y malcriado, sostenido in extremis por la dignidad moral del Dr. Trujillo.
No somos pocos quienes nos preguntamos qué futuro nos espera. Comprendo que las cosas no son fáciles, pero el tiempo juega en contra y la economía también. Tiempo fugaz y economía volátil que a más de un simple le hace pensar aquello de “que cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Ni de broma… Cuando al correísmo le quitaron el maquillaje quedaron en evidencia infinitas manchas y arrugas, lo mismo que cuando mi tía Tálida se desempolvaba, pero con una gran diferencia: las manchas de Tálida eran de vieja y las de Correa de desmedida ambición. Los tiempos son difíciles y el futuro es incierto. Por eso, bueno sería que el Gobierno pisara el acelerador tanto de la economía como de la reinstitucionalización.
Ambos temas siguen en grandísima parte pendientes. Que la situación haya mejorado respecto del correísmo o que estemos a años luz de Venezuela, no es un gran consuelo. Lo que ahora importa es el futuro, que está ya a la puerta. Las viejas glorias, los nuevos esperpentos y los oportunistas de siempre ya están haciendo los deberes y nos exponemos, una vez más, a repetir la historia. Por eso, instituciones como el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social tienen que desaparecer. Lo contrario es dejar puertas abiertas al populismo del mesías de turno.
Lo que sigue en juego es el modelo democrático. En el intento de lograrlo somos un país bien persistente, pero siempre acabamos tropezando en las mismas piedras. La pobreza, la incuria y la falta de oportunidades alimentan el espejismo del líder indiscutible portador de la varita mágica. Yo viví treinta años bajo la égida de un caudillo que lo era “por la gracia de Dios”. La única gracia que Dios promueve es la capacidad de amar y la fuerza de luchar por lo que se ama. Lo demás es manoseo puro y duro y ganas de mandar a costa del sufrimiento ajeno. Así que, queridos gobernantes, no se duerman en los laureles…