Hay pocas cosas más públicas y notorias que los partidos que juega la Selección de fútbol en el estadio Olímpico Atahualpa. Una es la propaganda oficial que satura las pantallas en las transmisiones que a última hora también se abren para Quito. Otra es la pillería pública alrededor de los boletos y las taquillas.
En su momento, casi ningún fanático se ha librado de pagar sobreprecio (en el último partido contra Colombia este superó el 50 por ciento del costo original) en la compra de boletos, incluso días antes del espectáculo. De pronto aparecen revendedores con entradas que no lucen salidas de las boleterías y que incluyen las famosas “cortesías”.
Un dirigente de los revendedores de Quito (existe, aunque cueste creerlo, una asociación) denunció que los personajes vienen desde la misma Federación. Que hay gente vinculada a la dirigencia que incluso les ha vendido boletos robados que luego han sido anulados, con las consiguientes pérdidas. Que en el último partido se permitió la entrada a ciertas localidades, no con boletos sino con pulseras.
Nada ha cambiado desde las Eliminatorias en las cuales la Tricolor fue por primera vez a un Mundial. En el partido contra Brasil, por ejemplo, no se respetaron ni siquiera los asientos numerados; los graderíos estuvieron llenos. Hoy el calvario para el aficionado sigue igual, y en las localidades sin numeración es necesario ir con horas de anticipación. El escenario perfecto para cometer una fechoría pública cuyo monto supera el botín del asalto de inicios de semana en un centro comercial del sur.
El Municipio parece decidido a tomarse el reto, y está enfocando la solución desde ángulos tan distintos como la seguridad (un escenario tan obsoleto y utilizado de modo tan caótico no puede ser evacuado en los tiempos que señala la FiFA, ni es posible identificar, por falta de numeración en los asientos, a los posibles protagonistas de incidentes), el respeto a los ciudadanos que asisten a un espectáculo público y la transparencia económica.
Es urgente numerar los asientos de todas las localidades. Así se evitarán los problemas y se acabará una buena parte del negocio que se solapa en la falta de información. Ojalá que este asunto no quede en letra muerta como ha sucedido con otros -también cotidianos pero cruciales-, como el buen uso de los espacios públicos o la prohibición de contaminar el aire.
Los buses siguen lanzando humaredas. Y la gente sigue, pese a las multas que establecen las ordenanzas, bebiendo y haciendo ruido incluso en lugares emblemáticos como la avenida de Los Shyris, donde se realizan paradas militares y desfiles y se levanta airosa la sede del movimiento de gobierno. En lugar de prevenir y sancionar, las autoridades prefieren barrer el muladar todas las madrugadas.
Solamente si hay decisión, se acabará de una vez por todas con la pillería olímpica.