Para escribir este artículo había preparado algo de material sobre el inacabable y hediondo vaho de corrupción que nos devasta. Es lejano consuelo conocer las sentencias impuestas a tanto corrupto del gobernante PP español, en el caso Gürtel (‘correa’ en alemán), liderado por un tal Correa, ¡casualidad horrible!, ya condenado a 51 años de cárcel, luego de largo juicio. En el mismo caso, 37 acusados reciben penas que suman 351 años de prisión y devolución de lo robado; ahora me angustia, en relación ineludible, que mientras allá se juzga y se condena contra los esfuerzos por ocultar, engañar, disipar, evadir, aquí no haya noticia de un juicio o castigo proporcionados al vaciamiento de las arcas de nuestro Ecuador pobre, en la mejor época económica de su vida. Encontré otra referencia a un ámbito corruptor brasileño que tiende sus garras hacia aquí, Camargo Correa. CCorrea ‘movió 100 millones de dólares en un banco de Andorra’. (¿Será karma del nombrecito o el de estos sujetos que lo arrastran?).
Había anotado también unas palabras del emperador Adriano sobre la posibilidad de mejorar la condición humana: ‘Si hay una objeción a este esfuerzo, es la constatación de que el hombre es indigno de él’. Y pensé, ‘lo diría Cristo, si viviera, pues él sacrificó su vida para mejorar nuestra condición y encontró la soledad y la muerte como colofón’. Hoy, evocarlo es escarnio: su iglesia pretende ser la portadora, transmisora y garante de su sacrificio, y es rehén de la mentira, el dinero y la ambición de poder. Que nos lo digan Juan Pablo II y su adhesión a Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, plagiario y pederasta, que engendró hijos en varias mujeres y visitaba, rodeado de fasto, a Juan Pablo II, llevándole sumas de dinero para sus causas sobrenaturales: llamaban a su comunidad ‘los millonarios de Cristo’, ¿cabe oxímoron mejor?
Que nos lo diga el papa Francisco, que negó hasta la indignación las denuncias de complicidad del obispo chileno Barros sobre la pederastia de Karadima, un cura de su diócesis, conocido y llamado por la coquetería de las clases altas chilenas para sacralizar bautizos, matrimonios y demás ceremonias. El Papa, abrumado por las evidencias de su propio autoengaño, no solo lo confiesa, sino que pide a los obispos chilenos, sin excepción, la renuncia a su dignidad y, a los fieles católicos, el perdón a su lamentable equivocación. Pero la desgracia del arrepentimiento y del perdón es que llegan siempre demasiado tarde.
Cada ser humano encuentra razones por las cuales vivir, que deben ser aquellas por las cuales morir, con intensidades, alegrías y sufrimientos. Si aún no percibimos nuestro vacío, quizá no tengamos tiempo para encontrar esas razones y, menos aún, para entregarnos a las exigencias que su hallazgo suponga. Cuestión de suerte… George Steiner, en su honesto agnosticismo, lamenta “el interminable peso de la ausencia de Dios”, con la sinceridad de quien anhela luz para interpretar el misterio que somos.
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