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Anoche tuve una de las peores pesadillas concebibles. En sueños escuché lo siguiente:
-Yo ya no soy yo: soy todo un pueblo, miles y miles de hombres y mujeres están en mí y yo los represento. Se han sublimado hasta llegar a conocer cómo se debe construir la patria nueva y por eso, con mi orientación, van a trabajar para conseguirla.
-Mi yo individual se ha transmutado en todo el pueblo de nuestra patria y ese pueblo se ha identificado en mi persona. El pueblo está en mí del mismo modo que yo soy el pueblo. Somos la misma y única entidad y, como tal, hablamos con voz unánime. Amamos con infinito amor pero sabemos que la patria nueva se construye con instituciones y personas disciplinadas y obedientes. El pueblo me ha iluminado. ¡Ay de los ciegos que no ven y de los sordos que no escuchan la voz de Dios! ¡Ay de los disidentes de ayer o ahora! Son los mismos de siempre: serán echados fuera, a las tinieblas, aislados de la construcción de la patria nueva. Los tales no son pueblo, no pueden ser patria nueva.
-Mis palabras no están inspiradas en vanidad ni menos en ambiciones personales. Son la respuesta del pueblo que vive en mí, al pueblo de la patria nueva. Yo soy esa respuesta. Personalmente, desecho toda alabanza y a nada aspiro. Pero siendo la encarnación del pueblo, tengo la humildad y el vigor necesarios para dirigir la gran transformación. El pueblo me ha dado su fuerza y yo dispongo de ella para alumbrar el camino que conduce a la patria nueva. Como pueblo, soy insustituible y tengo obligaciones que cumplir. No lo traicionaré, es decir no me traicionaré a mí mismo. El pueblo que está en mí conoce, sin equivocarse, la verdad que sale de mi boca, conoce sus propias aspiraciones como las conozco yo, y la manera de satisfacerlas. El pueblo, por mi boca, responde a todas las preguntas. Yo no cuento para nada sino en cuanto soy la voz del pueblo, valgo no por mí sino por el pueblo al que represento. Soy el pueblo, soy la voz de Dios, soy D…
La angustia democrática que me atormentaba fue tan insoportable que me desperté. La visión infernal que había tenido no era otra cosa que una pesadilla. Me tranquilicé, pero, al examinar los mensajes recibidos en mi computadora, leí unas declaraciones: “Sé bien que yo ya no soy yo, soy todo un pueblo…no estamos aquí por tontas vanidades y peor por ambiciones. Estamos aquí para construir juntos esta patria”.
Regresaron la angustia y las dudas. ¿Queremos volver a la época en que los reyes aducían haber sido escogidos por Dios para gobernar y pretendían conocer e interpretar a su antojo los anhelos populares? ¿El Estado soy yo? ¿Para qué han servido siglos de evolución moral hacia la democracia? ¿Alguien puede pensar que un triunfo electoral vuelve infalible e irreemplazable al elegido? ¿No ha terminado la pesadilla?