El Ecuador y el mundo inician este nuevo año en medio de una gran incertidumbre. Pese a que las campañas de vacunación ya han comenzado en algunos países (sin perspectivas de que ello pueda avanzar en nuestra región hasta mediados del 2021), el escenario de una segunda ola y el posible recrudecimiento de la crisis sanitaria y económica provocada por la Covid-19, las perspectivas que se prevén para este 2021 son poco prometedoras.
Otro de los factores que van a incidir negativamente es el hecho de que tenemos una administración saliente y que, hasta el momento, no ha podido gestionar adecuadamente la crisis. Nuevamente hay congestión en los hospitales y miles de personas no están siendo atendidas.
La prioridad del gobierno y sus funcionarios es terminar como sea su mandato. El propio presidente Moreno, como mencionó hace unos meses, cuenta los días en que tenga que entregar el poder. Por ello no puede esperarse mucho de lo que pueda hacer el régimen de Moreno hasta fines de mayo, fecha de posesión del nuevo presidente.
Lo duro será cuando se posesione el nuevo gobierno. Tendrá desde un inicio que tomar medidas urgentes para equilibrar el déficit fiscal, reactivar la economía y mejorar los niveles de desempleo, atender los crecientes niveles de pobreza y, sobre todo, los efectos nocivos de la Covid-19 en términos sanitarios. Con tan alta fragmentación política y en un país donde existe cerca de 300 organizaciones políticas, el nuevo presidente seguramente no va a tener mayoría en el parlamento e incluso tenga apoyos muy precarios de la población. Si no se abre un espacio de diálogo que permita la consecución de amplios acuerdos, le será muy difícil al nuevo presidente tomar decisiones de fondo. Es decir que tiendan a revertir la tendencia negativa de los indicadores fiscales, económicos, sanitarios y sociales. Por ello, es muy probable que a partir de julio de este año se presenten problemas de gobernabilidad, inestabilidad, escenarios de conflicto y confrontación social.
Esto se puede agravar dependiendo de quién gane la presidencia. Lo que preocupa es que, hasta el día de hoy, ninguno de los candidatos tiene claro cómo abordar los temas que acabo de mencionar. Sin embargo, pese a que la política tiende generalmente a imponerse sobre el criterio técnico, el país ha llegado a un punto en que no hay mucho margen de maniobra. Existen alternativas pero esas van a ser duras y dolorosas.
Eso no debería impedir que, aunque uno de los temas prioritarios es la reactivación económica y el tratamiento de los temas de fondo, la agenda del nuevo gobierno debería tener especial atención la reducción de las desigualdades. La acción pública debe velar por todos los ciudadanos pero en especial a las personas más vulnerables.
Es poco recomendable e incluso peligroso que el flamante mandatario recurra a salidas políticas para desviar la atención de la población como hacer un llamado a una consulta popular o la formulación de una nueva Constitución.