El Presidente de Venezuela reconoce que aprende mucho de sus consejos. Los argentinos destacan su tono franco y su sinceridad de vida. Desde Corea del Sur vienen a entrevistarlo y muestran la austeridad de su hogar. En Francia se lo sitúa entre los dirigentes de referencia mundial. Autoridades de la ONU llegan a Montevideo y subrayan su trayectoria libertaria. ONG internacionales alaban su sinceridad y progresismo en relación a su proyecto sobre el cannabis. Ha sonado para candidato a premio Nobel.
Todos ellos, tan distintos, creen valorar al presidente José Mujica. Con la habilidad comunicativa que le conocemos, desde su particular perfil y lugar, nuestro Presidente seduce por lo extraño y diferente. Sin embargo, en realidad, lo que se aprecia es al personaje construido por el propio José Mujica.
Es claro que Colombia sabe que Mujica no arreglará el conflicto armado que genera la guerrilla de ese país. Se sabe también que hoy España valora la honestidad en el poder: Mujica opera de contraejemplo de sus propias limitaciones. Pero si hurgaran en nuestra historia solo un poco más llegarían a la fácil conclusión de que la austeridad en el Gobierno no es aquí reciente. Corea del Sur podrá mostrar lo llamativo de un Presidente con humedades en su casa, pero no querría a alguien así en el poder. Es decir: ni los españoles ni los coreanos jamás votarían por un folclórico Presidente mal vestido. El toque latinoamericano exótico es lindo, justamente, porque es algo bien lejano. El Gobierno venezolano, rodeado de aves cantarinas con mensajes esotéricos y de penurias económicas, tiene mucho que aprender de cualquier político que alcance a decir un par de cosas coherentes. Algunos rumores sobre un Nobel siempre condimentan una buena crónica internacional que, de consumo rápido, nunca dirá que la primera iniciativa de cambiar la legislación sobre el cannabis partió de la oposición.
Quienes alaban su pobreza franciscana nunca hurgaron en los orígenes de los fondos que permitieron comprar su chacra; quienes destacan el desprendimiento solidario de su salario presidencial no dicen que Mujica no tiene descendientes por quien velar; quienes aprueban su sencillez de palabra, no reparan en que calibra estratégicamente cuándo decir “puédamos” y cuándo “podamos”.
Quienes en verdad hacen política exterior en la región están encantados con Mujica y les importa muy poco la construcción mediática del personaje del Presidente más pobre del mundo. Nunca Buenos Aires tuvo un Presidente uruguayo que defendiera tanto sus intereses virreinales, con convencidos argumentos ideológicos que retoman el peronista proyecto de la patria grande. Pocos antecedentes conoce la lógica imperial brasileña de autoridades uruguayas que decidieran servir con tanto ahínco sus intereses económicos y geopolíticos. Mujica llega hasta el cisplatino punto de someter al visto bueno del imperial Gobierno del Brasil la pertinencia de obras de infraestructura -el puerto en Rocha- y la oportunidad de las estrategias de integración regional -Alianza del Pacífico .
Nuestra hegemonía biempensante de izquierda está enamorada del personaje internacional Mujica.
Sin embargo, un reciente análisis de Aldo Mazzucchelli titulado El idiotes (o el Uruguay como souvenir “latinoamericano”) lo pone en su lugar.
Lo que precisamos no es un personaje excéntrico (un “typical souvenir”) para consumo de la crónica internacional masificada y para satisfacción de la viveza criolla. Lo que precisamos es un Presidente que conduzca una política exterior propia de un país de primera.