Fausto Segovia Baus
La persecución política
Con frecuencia se invoca la persecución política, por parte de los supuestos indiciados en el cometimiento de delitos contra el Estado -“la sociedad jurídicamente organizada”- en los términos fijados por el jurista Hans Kelsen.
La persecución política puede ser real o aparente -expresada en represión, intolerancia y violencia disfrazada de legalidad, o en mentiras piadosas y leguleyadas - que surgen como argumentos para desacreditar y destruir a los supuestos adversarios.
Algunos sindicados prefieren “hablar”, que equivale a reconocer sus errores, para lograr una disminución de las penas. Otros, en cambio, deciden esconderse, fugar y buscar refugio o asilo en otros países que les protegen, con los problemas diplomáticos, judiciales, políticos y legales supervinientes.
La persecución política ha existido en la vida republicana del Ecuador, que registra hechos dolorosos que ensombrecieron la historia. El asesinato de presidentes y opositores, el destierro de políticos y periodistas, la clausura de diarios, emisoras y el amedrentamiento a personas e instituciones, traducidas en amenazas por haber disentido con la palabra oficial, son casos recurrentes no solo en tiempos de dictaturas sino en regímenes democráticos.
En las actuales circunstancias, la persecución política es “light”, amplificada por las redes sociales. Los apremios y chantajes son repetidos mediante audios, videos, chats y correos electrónicos, que se adjuntan como pruebas para hundir a los antagonistas. La politiquería se ha convertido entonces en un espacio deleznable donde predominan el delato, la picardía, la deslealtad y la trampa.
El principal deber de la clase política es luchar por el estado de derecho y el bien común, no por “sus” intereses; lamentablemente, esta tendencia entre odiadores se mantiene. Y aunque hay excepciones, cuando las comisiones de verdad investigan, casi siempre sus informes quedan en el archivo de las equivocaciones -la impunidad-, y el Estado tiene que pagar -con el dinero del pueblo- estos sinsabores. ¡Y el círculo perverso se repite!