¿Me corroe la envidia? Sí y no. Veamos. En el año 74 acompañé a un equipo de la TV sueca a filmar a las comunidades indígenas en Tungurahua y en las áridas lomas de Chimborazo. Habían enviado a una periodista mayor y dominante, Brigitte, junto con el camarógrafo y una productora guapa y amable. El trato conmigo fue que, a cambio de mi asistencia, ellos me ayudarían a llegar a Suecia, así que aprendí a decir: ‘Svenska flicka, jag älskar dig’, que en morocho significa: ‘Chica sueca, yo te amo’ y que debía bastar para realizar los delirios juveniles alimentados por Elke Sommer. Pero los suecos no cumplieron lo ofrecido y el viaje se evaporó como un sueño de perros.
Cuarenta años después resulta que un perro callejero del color de la melcocha triunfa donde yo fracasé. De la noche a la mañana, por haber tenido la audacia de lanzarse al río, amanece bautizado con nombre de rey inglés y obtiene pan, techo y empleo de mascota en casa de ricos. Hasta ahí todo bien, esa es la telenovela que nos enterneció a todos, desde Quinindé hasta Estocolomo, pura onda Walt Disney en ‘La dama y el vagabundo’ pues con su hambre de afecto y albóndigas y sus dulces ojos perrunos, Arthur conquistó el corazón del equipo de aventureros suecos, que lo llevó a su país puesto la camiseta de la Tri.
Pero ahí es donde empiezan los problemas para nuestro compatriota, que ya estará preguntándose si no habrá cometido el peor error de su vida. Porque de la ilimitada libertad de las exuberantes selvas esmeraldeñas ha pasado al rigor de la cuarentena y vivirá luego en el norte de Suecia donde el invierno polar dura once meses al año con breves días que parecen noches. Del caos callejero en el que debía inventarse la vida a cada rato le han trasladado a un mundo blanco, higiénico, impecable, donde todo está programado y Arthur deberá a salir a pasear sobre el hielo con chompa térmica y correa al cuello.
Entonces añorará con toda su alma canina el calor y el color de su provincia natal, el habla de su gente, el olor de la fritanga, del sudor y la basura, la pelea a dentelladas por un hueso en los alrededores del mercado, ese sol vertical y el rumor del inmenso río que lame el lodo de la orilla. Y cuando un viento helado traiga el aroma de una hembra en celo y a nuestro exiliado se le despierten los demonios y escape por ella, cómo la corteja si no ladra en sueco ni entiende los nuevos códigos pues cabe suponer que una refinada nórdica exigirá todas las vacunas y los permisos firmados y deben existir preservativos para perros y prohibición de copular en las veredas, qué sé yo. Pero si Arthur logra finalmente dar rienda suelta a su lujuria tropical con todas las técnicas amatorias aprendidas en manada, le van a plantear más juicios que a Julián Assange.
Solo roguemos que su nombre postizo no le incite a buscar asilo en la Embajada británica y Cancillería se vea obligada a tomar cartas en el asunto.