En la sociedad del conocimiento el sentido común escasea. Existen razones: la velocidad con la que se vive, la estandarización de los sistemas de pensamiento y la disminuida conciencia de vivir a plenitud en un mundo competitivo y desigual.
Los griegos consideraron que la sabiduría es el nivel más alto del pensamiento humano. Se referían a ‘Sofos’ o Sofía, aquella dimensión a la que todas las personas, sin excepción, podemos aspirar si nos proponemos.
La sabiduría popular no es el contrapunto del “Sofos” griego, sino su sustento. Es el resultado de la impronta cultural de los pueblos, que traduce la experiencia o ‘empiria’, que equivale a la vida, y es la base epistemológica de la reflexión crítica, conocimiento o ‘nous’; de la conciencia de ese pensamiento, que cruza dimensiones éticas y morales denominadas ‘fronesis’, y de la sistematización que solo la ciencia alcanza o ‘episteme’.
Sin esta ‘escalera’ o ruta del saber no sería posible alcanzar la sabiduría, que se caracteriza por la sencillez, la claridad y la búsqueda de sentido que caracteriza el pensar, el sentir, el creer y el hacer. La meta –casi siempre inalcanzable- es la verdad.
En el tráfago que vivimos, donde no nos alcanza el tiempo para nada, porque estamos ‘ocupados’ en asuntos triviales, es necesario hacer un alto y preguntarnos sobre las razones de nuestra existencia. “Pienso, luego existo”, dijo Descartes.
Entretanto, la vida se nos va, a veces sin alcanzar los objetivos soñados, porque dependemos de alguien -y no de sí mismos-; de un grupo, de un artefacto, del dinero, de una gestión o aun de sucesos inverosímiles, y nos deprimimos o culpamos a otros lo que carecemos o nos sale mal.
Para aplicar el sentido común no se necesita ir a la universidad. Basta “leer” la realidad e intentar entenderla, con la sana crítica y una pequeña dosis de autocrítica. Así, en el habla corriente se encuentran frases que llevan dentro sabiduría elemental: ‘Si no sabes a dónde vas, alguien te llevará donde tú no quieres’, ‘Si quieres cambiar a alguien primero tienes que cambiar tú’, “Quien no espera vencer ya está vencido”, “Cada alma con su palma”, “No hay fe sin duda”. Y el refranero sobra.
Estas “perlas” del sentido común valen la pena recogerlas o inventarlas, para construir mundos suaves, dulces, amables, positivos y menos proclives al dolor, la enfermedad y la muerte.