En estos días cayó en mis manos el libro ‘La mirada lúcida’, del periodista español Albert Lladó, quien reflexiona sobre el oficio, a propósito de un artículo de Albert Camus, escrito en 1939, donde considera que hacer periodismo requiere cuatro condiciones básicas: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación.
Parte de esa idea para observar que, en la actualidad, los periodistas han adoptado una actitud de mirar al pasado con idolatría y al futuro como un apocalipsis. A partir de esta reflexión, propone la necesidad de una mirada lúcida: un estado de disponibilidad para observar el mundo.
Lladó considera que entre las principales necesidades del periodismo está combatir el automatismo, dejar de creer en la literalidad de las declaraciones, negarse a alimentar un único punto de vista que alimenta la uniformidad, con fórmulas de creación repetidas, para ‘complacer’ a un público al que, en realidad, se desconoce.
En su concepto, el periodismo es un triángulo de tres vértices: precisión, consciencia y misterio. Para conjugar esos ingredientes, reivindica que los periodistas vuelvan a pensar su oficio como un proceso creativo que los aleje de la robotización y que se nieguen a permanecer secuestrados de la inercia y la aceleración por el ruido ensordecedor de enlaces, archivos y documentos.
Por el contrario, propone que la forma de combatir la creciente precariedad laboral y adaptarse a las transformaciones del entorno digital es participar de la vida colectiva como un ser pensante, no solo como un ejecutor, con la claridad suficiente para entender que el periodismo no es activismo sino develamiento, por lo que sus ejecutantes son creadores y no taquígrafos, que deben manejar una agenda propia que no es impuesta por los algoritmos sino por la actualidad social. Se pregunta si los periodistas son capaces de escapar de las constantes emboscadas de la autocomplacencia y en lugar de buscar fortalecerse como el cuarto poder pueden convertir el oficio en un contrapoder que elabora preguntas y volver a entrar en contacto con un público que reclama honestidad, aún más que objetividad, pues –como aseguraba Camus hace ya casi una centuria–frente a la creciente marea de estupidez es necesario oponer la desobediencia.