El clima para el ejercicio del periodismo independiente no es bueno en la región. Si bien acá todavía no se sienten los ataques del crimen organizado que terminan por silenciar a la prensa, como sucede en México y en varios países centroamericanos, en cambio se viven las consecuencias de un ejercicio del poder basado en la concentración, el voluntarismo y el clientelismo, y que declara la guerra a los medios que no están dispuestos a seguir su agenda.
En efecto, el periodismo enfrenta una situación adversa creada por leyes y normativas para restringirlo; por el irrespeto del derecho al acceso a la información; por acciones judiciales y de otras funciones del Estado contra medios y periodistas; por la rendición de cuentas unilateral e interesada; por el uso de la publicidad para premiar o castigar; por el uso abusivo de las cadenas nacionales y de la propaganda; por la configuración de monopolios informativos gubernamentales bajo el letrero de medios públicos.
En ese mundo que se quiere crear, los funcionarios tienen la prohibición de entregar directamente información a quienes cumplen el papel político de fiscalización y deben evitar cualquier pregunta que no pueda ser controlada, bajo el pretexto de no contribuir al negocio de la ‘prensa mercantilista’. En ese mundo, son los medios los que deben ser fiscalizados e investigados, y no los funcionarios sobre quienes hay presunciones de irregularidades.
Porque en ese mundo, a fuerza de un sinnúmero de acciones que implican el ataque directo y las políticas de prevención y distracción, se pretende escamotear un principio tan sencillo como rotundo: el libre flujo de la información es la esencia de la democracia. Y vaya que es difícil hacer periodismo y seguir creyendo en el oficio en estas circunstancias, pero no imposible. Al contrario, es posible y necesario.
A veces tendemos a olvidar que sin tesón y sin creatividad no prospera ninguna actividad destinada a dejar huella. Esa es la regla para el periodismo que no olvida su esencia, que es ejercido por quienes consideran que este oficio no es una tarea más sino una vocación, y que detrás de él hay una razón cívica y democrática.
Todo hace prever que el forcejeo entre el poder y la prensa seguirá, y que la salud de la democracia seguirá dependiendo, como siempre, de lo que se calle o de lo que se diga, más allá de los errores propios de un oficio perfectible y que debe adaptarse al vértigo que le marcan los cambios tecnológicos.
Por eso la exitosa realización de la XXII Edición del Concurso Jorge Mantilla Ortega, cuya ceremonia de premiación se celebró el jueves pasado, es una buena noticia. Los trabajos ganadores en las categorías convocadas (Reportaje, Entrevista, Opinión, Caricatura y Fotografía) son una muy buena muestra del periodismo nacional de calidad. Y una ratificación de que el oficio puede y debe ejercerse aun en medio del mal clima.