Acerca de la visita papal a México y a Cuba no han faltado las noticias sesgadas, los consabidos y agrios comentarios, recalcitrantes, desbordantes de incomprensión, escurridos en la ignorancia y atiborrados de insólita amargura, en un fallido intento de escudriñar resquicios de mal donde sólo existe abundancia de bien.
De condenar lo que pretenden defender sobre la libertad, la tolerancia y el respeto por quienes piensan diferente.
En abismal contraste a tan lóbregas pretensiones, brilla y cala hondo, aún más, el mensaje de fe, esperanza y caridad con el que Benedicto XVI ha obsequiado a su grey, con sus palabras, con sus fraternos y espontáneos detalles, durante su periplo por tierras americanas.
Expresó un cubano, en espontáneo lenguaje: «este Papa se parece a los futbolistas alemanes… porque no juega con tanta gracia y belleza como los brasileños, pero mete buenos goles».
En sus intervenciones el Papa vapuleó a la idolatría del dinero, advirtió acerca del poder del narcotráfico y de la violencia, invitó a reflexionar y actuar sobre las graves diferencias sociales, sobre la inequidad en la distribución de la riqueza.
El Pontífice insistió en no maltratar y depredar el medioambiente, de preservar los recursos naturales; habló sobre la auténtica libertad de los pueblos y de las personas para elegir sus destinos y practicar sus cultos.
El papa Benedicto XVI se refirió, sin tapujos, a las injustas acciones de embargo de las grandes potencias en contra de los pueblos más débiles; conminó al gobierno de facto, que aún persiste en América, para que permita la independencia de su sometida patria.
En medio de tanta mediocridad y relativismo, el mensaje de esperanza que pronunció Su Santidad Benedicto XVI llegó fresco y oportuno.
Este peregrinaje del santo Pontífice, sin embargo de sus 85 años de edad, de su mejor o peor sonrisa que su antecesor, el beato Juan Pablo II, o de otras comparaciones artificiosas ensayadas por sus detractores, convocó a su alrededor, como nadie hoy –político, artista, gurú o deportista-, a cientos de miles de personas de toda edad y condición.
El mensaje papal provocó que millones de seres, ávidos de su palabra, lo hayamos acompañado en su recorrido, nos encontremos fortalecidos y agradecidos por su generosa visita.
No son ajenas, a la cotidianidad de los cristianos, aquellas actitudes de feroz afrenta, de ataques virulentos, sin sentido, desde cuando Cristo permaneció en la Tierra, desde su pasión y muerte.
Perdonar y orar por ellos, sembrar paz donde se pudre el odio, fulgurar el lenguaje del amor, eso es lo que Cristo predicó hace dos mil años y hoy lo hace resonar enérgico, claro, directo, a través de su vicario en la Tierra, Joseph Ratzinger.