La culpa es el elemento dominante del pecado, la religión católica la conoce muy bien y la utiliza a veces como moderadora de conductas y otras como temor a consecuencias ulteriores. La contracara y la liberación están en el perdón. El que lo hace se libera de una carga y proyecta un compromiso nuevo en torno al motivo que generó primero la culpa y luego el perdón. Cuando un mandatario echa mano de este recurso, lo hace movido por iguales circunstancias. Hay que recordar, que la religión es un poderoso factor cultural que moldea las conductas fuera del ámbito estrictamente moral. La concepción de admitir el perdón pero no el cambio de la conducta, es una prueba de debilidad de quien perdona y claramente un signo de admisión de una acción culposa donde la injusticia y la prepotencia del poder pueden generar una reacción social en su contra.
El que perdona busca así perdonarse de su propio exceso pero no admite la rectificación que es finalmente el elemento purificador de la acción. Él pretende continuar haciendo lo mismo y advierte que otras conductas similares tendrán iguales respuestas desde el poder. Mirado así el perdón es claramente un signo de debilidad, de admisión de culpa y de incapacidad de crecer con una visión adulta hacia un futuro que supera con creces el odio y el resentimiento personales.
Ciertamente el motivo del perdón es a la vez reafirmado y consolidado en la apreciación popular que finalmente es la que evalúa a quien realiza esta acción política. La gente entiende y premia la actitud y no la magnanimidad del hombre de Estado que se supera en sus malquerencias y odios personales para construir un país donde la institucionalidad democrática sea la garantía para todos, y en especial para él, quien ostenta circunstancialmente el poder. Este Presidente de la República, inquilino transitorio del cargo, debe saber que si no construye y consolida insti-tuciones creíbles, la primera víctima de sus excesos e injusticias cuando deje el poder, seráél para beneplácito de sus adversarios pero para desgracia del país en su conjunto.
El sistema democrático basa su sabiduría en entender que las acciones que el poder proyecta lo hacen por igual hacia afuera como hacia adentro y espera que el estado de derecho actúe igual en conflictos similares y que busca entender de qué manera las personas e instituciones tendrán garantías en circunstancias iguales.
El que perdona finalmente se perdona y al liberarse de la opresión de lo injusto crece, se desarrolla y anhela en su gesto un país reconciliado y próspero. La fuerza del perdón es ejemplarizante y constituye generalmente un acto que hace crecer a quien lo realiza de verdad y con buenos propósitos, sin embargo degrada al que lo hace llevado por el temor a la represalia y al castigo local e internacionales.