Uno de los procesos sociales y políticos más importantes que ha tenido lugar en todo el mundo en los últimos años, por las lecciones que le podemos extraer, es el de perdón y reconciliación en Sudáfrica cuyos más notables impulsores han sido el ex-Presidente Nelson Mandela y el Obispo Desmond Tutu.
Tendemos a pensar que lo esencial para que se dé un perdón genuino corresponde a quien perdona: la generosa voluntad de perdonar y, luego, la concesión en sí del perdón.
Una de las muchas contribuciones importantes del proceso de perdón y reconciliación en Sudáfrica, más allá de sus benéficos efectos sobre los directamente involucrados y sobre toda esa sociedad, es la comprensión que nos ha proporcionado de que aún más importantes que las actitudes y las acciones de quienes perdonan son las actitudes y las acciones de quienes necesitan ser perdonados.
Estas comienzan con el honesto reconocimiento de haber hecho mal, de haber cometido errores de juicio y de acción que contribuyeron a que se produzcan situaciones difíciles, problemas, conflictos y confrontaciones, y pasan luego, a partir de ese honesto reconocimiento, por el pedido de perdón.
Es posible que el inmenso, casi mítico prestigio que ha adquirido Nelson Mandela a ojos de una gran mayoría de personas nos lleve a pensar que la búsqueda del perdón y la reconciliación en una sociedad llena de resentimientos, odios y ánimos de venganza sea algo solo factible en seres excepcionales como muchos lo ven a él. Pero no solo Mandela logró trascender las emociones más destructivas de las que somos capaces los humanos: siguiendo su inmenso ejemplo, son miles, cientos de miles, tal vez millones de sudafricanos quienes han contribuido al proceso, concediendo su perdón a quienes les hicieron daños muchas veces horrorosos, y luego iniciando con ellos una nueva relación basada en vínculos estrechos y constructivos.
Lo más esencial, para que eso pueda haber ocurrido, ha sido el reconocimiento de la verdad, de lo injusto y destructivo de sus actos por parte de quienes habían cometido desprecios, imposiciones, prepotencias y crueldades a veces hasta inimaginables.
Sudáfrica queda muy lejos de acá, y no tenemos ni a un Nelson Mandela que nos inspire ni a un Desmond Tutu que nos organice Comités de la Verdad y la Reconciliación. Pero tal vez podamos encontrar, por nuestra propia cuenta y sin necesidad de que alguien nos inspire o nos organice, la decente disposición a reconocer errores y la honrosa capacidad para pedir perdón y para brindarlo si nos es pedido.