Entre el 4 y el 14 de septiembre se extienden diez días que unen el año nuevo judío con el dìa del perdón. Comenzaremos el año 5774 a través de estos diez días donde la sinagoga se colma con la feligresía que reza y se conmueve para celebrar y para ser perdonada por los errores y transgresiones cometidos durante el transcurso del año pasado. Es un momento de introspección comunitaria y de crecimiento espiritual. Durante este lapso dos aspectos del perdón son tomados en cuenta. Aquel que contempla nuestra relación con Dios y aquel que involucra nuestro vínculo con el prójimo. Aquellas malas acciones realizadas contra el prójimo deben, de acuerdo a nuestra tradición, ser perdonadas por el mismo prójimo sin que Dios pueda tomar cartas en el asunto. Es un espacio humano de conciliación donde lo divino queda en un plano secundario. Nuestra tradición le da un tinte muy especial al significado del perdón. No alcanza sólo con entregar las disculpas correspondientes al ofendido sino que implica un proceso de recorrido interno donde sólo el perdón es alcanzado si uno tiene la capacidad espiritual de no incurrir nuevamente en la misma ofensa hacia la misma u otras personas. Pedir perdón no es un acto automático e instantáneo. Es un proceso profundo de reflexión interna y de limpieza de conciencia. ¿Pero que sucede cuando la parte ofendida no acepta mi solicitud de ser perdonado? ¿Qué sucede cuando el damnificado decide no recibirnos, no escucharnos, no perdonarnos? Nuestra tradición indica que debemos como transgresores acercarnos en tres oportunidades a aquel que hemos ofendido. Si al cabo de esos tres intentos no se acepta nuestro perdón, hemos cumplido con nuestra obligación en el paso de reconciliación y la parte que antes era la ofendida carga ahora con el peso y el error de no haber aceptado el perdón.
¿Cómo debemos sentirnos nosotros al haber sido rechazados y al no haber podido ser aceptados en nuestro intento de acercamiento? Ese es el secreto del perdón. Siendo cualquier transgresión una carga espiritual que aqueja nuestro espíritu, al haber pedido perdón en tres oportunidades debemos soltar la carga y aligerar nuestra conciencia. Nuestra tarea interna ha sido realizada. Nuestro proceso ha concluido. Como un barco que suelta su ancla para avanzar a toda velocidad, debemos desprendernos del peso del perdón que no ha sido aceptado y continuar nuestro camino con la ligereza de la conciencia limpia. No podemos vivir anclados al perdón no aceptado. Nuestro espíritu limpio està nuevamente abierto para enfrentar el camino del nuevo año que comienza. No hay reconciliación entre las partes pero hay lugar para la reconciliación más importante que es la personal. Por ello muchas veces el perdón sólo tiene una vía.