La elección del domingo quedará marcada en la historia. Por primera vez se rasgó el teflón que había acompañado a Correa durante sus siete años de ejercicio del poder. Que quede claro, esta no fue una elección de autoridades locales cualquiera, estuvo marcada por el singular fenómeno de que fue el propio Presidente el que fungió de candidato único a lo largo y ancho del país. Por eso hay que decirlo, el gran perdedor de este proceso, no es cada uno de los candidatos a alcalde de AP, sino que lo es el propio Presidente.
Varios de los sucesos políticos de los últimos meses parecen haber impactado en la sensibilidad del electorado a escala nacional. Para un proyecto que se había declarado imbatible y que señaló a esta elección como una donde se jugaba el “futuro y supervivencia del proyecto político”, la derrota en 9 de las 10 ciudades más pobladas del país, guarda un simbolismo potente que cristaliza el rechazo al ejercicio autoritario, personalista y vertical de Correa. El resultado muestra que el electorado no adhirió a las tesis proclamadas por él, así como que la revolución ciudadana sí es derrotable. Hecho poderoso que quiebra el imaginario creado por el oficialismo de que en las urnas era imbatible.
Pero el caso de Quito, resulta emblemático. A los casos Villavicencio, médicos, Bonil, que calaron a escala nacional, se sumó la intervención de Correa en la campaña, como personaje único, a costa del propio candidato de País. Los quiteños parecen haber resentido su protagonismo repleto de arbitrariedades, el incumplimiento del código de la democracia, la inacción del CNE y el baratillo de ofertas realizado en cadena nacional por el Vicealcalde encargado.
En Quito se fue configurando una molestia intensa frente a las acciones del Gobierno que se tradujo en un voto contra Barrera. Sería injusto endilgarle la derrota exclusivamente al Alcalde saliente y decir que se debió a los posibles errores de su gestión, como él lo hizo el domingo. Más adecuado creo, sería mirar este desenlace como uno en el cual el candidato del oficialismo fue tragado por el huracán de campaña comandado por el Presidente y otros funcionarios del Estado y terminó siendo cabeza de turco de un proceso electoral en el que una de las motivaciones importantes del electorado fue rechazar la injerencia presidencial y la concentración absoluta del poder.
El discurso se desgastó y eso debe saberlo Correa. No convencieron sus apocalípticas advertencias. La supuesta conspiración de derecha fascista no atemorizó a la mayoría. Tampoco lo hizo la amenaza de ingobernabilidad. Buena parte del electorado a escala nacional mostró cansancio frente a ese guión.
Que a nadie le quepa duda, esta vez perdió Correa.