Los juegos Olímpicos París 2024 han sido opacados por dos hechos. El uno, el fraude el 28 de julio en Venezuela, con el cual se ha perjudicado a millones de venezolanos, no solo en cuanto al ejercicio democrático de respetar su voto; sino, pisoteando las posibilidades de su retorno y desarrollo, todo lo cual, con el aval “moral de veedores” ecuatorianos (de las filas correistas), brindando anticipadamente y mirando sonrientes a otro lado, mientras se “contaban” los votos, avalando así vergonzosamente, no solo la evidente trampa, sino la cruel agonía en vida y despiadada represión en contra de su desesperado pueblo. Y, el otro, por la atrevida idea, a título de inclusión, respeto a las minorías y apertura a la diversidad, incorporando en la magnífica inauguración al aire libre de los Juegos Olímpicos – embellecida por cierto, por el Sena como escenario principal – chocantes escenas del movimiento LGTBI, todo lo cual, como parte del espectáculo, es decir, con la anuencia de los organizadores.
Las olimpiadas, que se dan cada 4 años, tendrían su origen en la ciudad de Olimpia, en la antigua Grecia, y representan la competencia justa, la paz, la unión del mundo sobre la base de la disciplina, el reconocimiento al esfuerzo, buena fe, respeto, cumplimiento a las normas olímpicas, entre las cuales se incluyen la prohibición de elementos que induzcan a conceptos políticos y/o religiosos. Sus cinco anillos entrelazados representan la unión de los cinco continentes (África, América, Asia, Europa y Oceanía) dentro del marco de amistad deportiva de los pueblos. La connotación “amistad” lleva ineludiblemente consigo la palabra “respeto”. La inauguración es uno de los momentos cumbre, ya que concentran, en un solo momento, la atención de cientos de millones de personas en todo el mundo, incluyendo niños y jóvenes, siendo propicia ocasión para transmitir mensajes, que pueden ser tomados como correctos y ejemplo…
Hay quienes sostienen, a título de libertad de expresión que, la escena mayormente cuestionada, no representaría con exactitud la última cena, por consiguiente, no habría motivo para sentirse ofendidos. El tema justamente es ese, es decir, no se puede apelar a la exactitud, ya que los personajes de la escena y sus manifestaciones son todo, menos exactos, así vemos hombres vestidos y maquillados como mujer y, hombres con vestuario masculino pero con comportamiento femenino; y, si bien es cierto, desde el punto cuantitativo, no corresponden a los 12 apóstoles, la escena en su ambigüedad sí pudiera ser vista como una poco exacta, pero sugestiva, aproximación representativa del mural “La Última Cena” del genio renacentista Leonardo da Vinci; escena en la cual, en su desorden, mal gusto y ambigüedad, la comida se representaría con otro personaje que haría las veces de Baco o Dionisio (rey griego del vino, la danza, el teatro, los placeres, los excesos). Pudiéndose colegir que, la última cena en la cual Jesucristo pondría al descubierto al apóstol traidor, se convertiría en un momento blasfemo de celebración festiva, lo cual deja entrever una falta de sensibilidad y cuidado por parte de la organización al permitir aquello, que ha sido visto e interpretado por millones como ofensivo a la fe cristiana. Consecuentemente, los organizadores no debieron dar paso a tal aproximación, no en función de limitar la libertad de expresión, sino en virtud de la elemental prudencia. Cabe indicarse que, lo dado, es observable, no por la orientación sexual de sus actores, ni por el grupo al cual se pertenecen, sino por la forma grotesca de presentarse cuanto por el fondo de su polémico contenido, que nada tenía que ver con la competencia olímpica.
Así, las incómodas escenas, con su peculiar estilo, pudieran llegar a influir en el consciente colectivo y peor aún en el subconsciente de millones de niños y jóvenes, induciendo a presentar como normal (pese a ser cada vez más habitual) algo que evidentemente no lo es, por más tolerancia y respeto que merezca dicho movimiento, no digamos con la alta carga de sexualidad y excesos del mensaje, impropio en muchos sentidos y no digamos para la ocasión, en el marco de los juegos olímpicos en los que, la disciplina, las prácticas – alejadas del desenfreno – y el autocontrol son factores claves para ganar.
El respeto no es de propiedad exclusiva de las minorías, entendiendo que no se puede exigir respeto sin ser capaz de darlo y por ende de merecerlo; sin perjuicio, del lamentable sentido de inclusión, alineado tristemente a un mensaje de ideología de género avalado por determinada tendencia política. Lo dado en París, no puede verse como inclusión, sino más bien como una preocupante aberración, ya que más allá de la latente ofensa al sentir religioso, se ha dado una inaudita intromisión a la familia, al incluir en la grosera parodia a una niña acompañada de travestis bailando, tergiversando el natural, sano y normal ambiente de los niños.
Lo dado y, en semejante vitrina, se desborda, pretendiendo provocar si no ofender a lo religioso, miserablemente inmiscuyéndose en lo sagrado de la familia, auspiciando clavar un puñal de degradación en el corazón de la civilización. Infortunadamente, dichas escenas, no se identifican con la clara comprensión y diferenciación entre libertad y libertinaje, así como en la manera apropiada de captar la atención, existiendo dos caminos, el notable y el notorio, optando estos por el segundo, degradando – independientemente de su orientación – la sexualidad, que corresponde expresarse en la intimidad y privacidad y, qué mejor, de ser el caso, abrazado por el manto del amor; y, no en los desagües de la promiscuidad y vulgaridad.