Perdedores en México

Hace seis años, Andrés Manuel López Obrador, del Partido Democrático Revolucionario (PRD), perdió las elecciones presidenciales mexicanas por el mínimo margen de 0,56 puntos. AMLO, como se lo conoce, nunca reconoció la derrota.

AMLO es hoy nuevamente candidato. Parece que volverá a ser el segundo en la contienda, aunque la derrota sería por un margen mayor. Como anuncia Reforma, AMLO sigue subiendo en las encuestas, pero se mantiene a unos 10 puntos a la zaga de Enrique Peña Nieto, con quien el Partido Revolucionario Institucional (PRI) regresaría al poder.

¿Reconocerá López Obrador el triunfo del ganador ? No es un interrogante menor. Esta semana, según Infolatam/EFE, las autoridades electorales buscaban que los candidatos firmasen un “pacto de civilidad” donde se comprometiesen a reconocer los resultados de las elecciones. Deberían suscribirlo.

Desde la fundación del Instituto Federal Electoral (IFE), los comicios mexicanos ganaron importante credibilidad. Algunos analistas, como Luis Estrada y Alejandro Poiré, en el Journal of Democracy, consideran que las elecciones presidenciales del 2006 “fueron las mejores organizadas y más limpias en la historia moderna de México”. Los avances del IFE han sido notables. “Pueden producirse irregularidades en una casilla o en un conjunto de casillas -observó el ex presidente del IFE José Woldenberg-. Pero un fraude maquinado centralmente es imposible”.

El temor al fraude electoral parece preocupación del pasado. No así la actitud de los perdedores. Ante la posibilidad de que se vuelva a rechazar el resultado de las elecciones, algunos medios mexicanos han querido reanimar el debate sobre el “consentimiento de los perdedores”, el título de un libro escrito por un grupo de académicos, encabezado por Christopher J. Anderson. El papel de los perdedores es central a la durabilidad de las democracias. Esto, que parece tan obvio, es, no obstante, poco apreciado. México cuenta con un buen colchón institucional para amortiguar los golpes de un perdedor insatisfecho. Así se demostró en el 2006. Para comenzar, no hay ganadores ni perdedores absolutos. El alcalde de la capital, por ejemplo, es del PRD, distinto del partido del presidente Calderón (PAN).

Como bien observó el escritor Jorge Castañeda, el contexto de hoy es distinto del que prevalecía en viejos tiempos del PRI. Si Peña Nieto es elegido, “carecerá de mayoría en por lo menos una cámara legislativa, y la tercera parte de los gobernadores provendrán de partidos distintos al suyo”, además de no manejar el Distrito Federal, en manos del PRD. Con todas sus limitaciones y debilidades, añade Castañeda, “los medios de comunicación mexicanos son más libres y poderosos que nunca”, y la sociedad civil “se encuentra más organizada y más vigorosa que en cualquier momento de nuestra historia”.

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