Perdedor que gana

Cambio brusco de escenario… El indeseable 2020 va quedando atrás con su estela de frustraciones y aprendizajes. Los abrazos (remordidos), los regalos y las convivencias se apagan. El ambiente de paz y buenos deseos ha cumplido su cometido. Ahora nos sumergimos o nos sumergen de cuerpo entero en la vorágine electoral.

Se vienen meses intensos, implacables. Llenos de ofertas inverosímiles. Colmados de insultos y trapos sucios. Saturados de publicidad y noticias falsas para idiotas. Cargados de derroche frente a la estrechez cotidiana… Escenarios de los que es difícil escabullirse. Circunstancias que generan sentimientos encontrados: desprecio y coraje, apatía y desencanto, expectativas y apuestas.
Un rasgo insólito de esta campaña sin tarimas ni cantores ni mercenarios es la profusión de candidatos. 16 binomios que ofrecen salvación e indulgencias. La mayoría, sin embargo, continúan siendo ilustres desconocidos. Estos personajes no generan grandes oposiciones ni polémicas. La propaganda, los medios, las redes y las encuestas ya han seleccionado 4 o 5 candidatos redentores. No importa lo que digan o dejen de decir. Ya están en las semifinales. El resto, casi anónimos, no existen.

La situación convoca varias preguntas. ¿Por qué estos personajes acuden a los votos sabiendo de antemano que serán perdedores? Las explicaciones abundan: oportunidad para mostrarse, plataforma para asambleístas y partido, acceso a recursos, convicción de tener propuestas valiosas, egos inflados… Algo de misterio prevalece.

Una segunda pregunta refiere a si estos personajes que se saben perdedores están dispuestos a repetir campañas tradicionales o desarrollar con audacia nuevos formatos. ¿Valdrá la pena transitar sin pena ni gloria por rutas pasadas y pisadas o quebrar moldes y arriesgarse?
Las oportunidades de insertar innovaciones son múltiples y variadas. Por ejemplo incluir propuestas inéditas sostenibles. Establecer nuevas relaciones con los votantes. Acceder a sectores y espacios no acostumbrados. Sociabilizar informaciones casi secretas del Estado.

Radiografiar al país sin edulcorantes. Aplaudir alguna propuesta de otro candidato. Dar espacio a la alegría y al arte. Cuestionar las farsas y ritos democrateros. Contrastar ofertas con realidades. Trastocar los lenguajes y la publicidad. Explotar rasgos culturales propios… En fin, la creatividad tiene carta blanca. Nada que perder.

Quién sabe. Se podría ganar perdiendo. Se podría dar una lección a candidatos y electores. Todos aprenderíamos algo. Y claro, tampoco se excluyen otros propósitos de mediano plazo: instalar tesis, posicionar personajes, fortalecer estructuras, alimentar programas internos.

En honor a la verdad, algunos pequeños y dispersos rasgos de campañas innovadoras ya los están ensayando un par de candidatos. Vale la pena valorarlos. Podríamos encontrar sorpresas interesantes.

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