En ‘Filosofía de la conquista’ (1947), el doctor Silvio Zavala –cuyo nombre es uno de los más notables referentes que México ha aportado para quien se interesa en la historia y el pensamiento de nuestra América– sostiene que la idea de libertad no nació en nuestro continente con la victoria que alcanzaron los conductores del proceso independentista, y que “las raíces de una inclinación favorable a esa prerrogativa humana” se encuentran ya en los primeros contactos del Nuevo Mundo con la cultura de Europa. Agrega que, si esa hipótesis no está equivocada, la historia de nuestro liberalismo se puede extender “a campos más amplios y a épocas más remotas”. En el contexto de su pensamiento, se entiende que al hablar de liberalismo, no se refiere a aquella doctrina que puede ser hoy considerada como la forma política que asume el pensamiento capitalista, sino a la concepción del ser humano como un ser que es libre por su propia naturaleza, y lo es siempre a pesar de todo lo que pueda oponerse a su capacidad de elegir. Es decir, algo muy cercano a lo que fue propuesto por Sartre de ‘El Ser y la Nada’, para quien el ser humano solo puede ser, en la medida en que es libre.
El libro del doctor Zavala ofrece, sin lugar a dudas, buenas razones para probar su tesis. Sin incurrir en pedantes e inútiles erudiciones, el historiador y filósofo mexicano pasa revista a todo el pensamiento que fue elaborado desde el mismo siglo XVI, en torno al derecho de los pueblos indígenas a ser considerados como pueblos libres y dueños de su patrimonio territorial, deslegitimando al mismo tiempo la guerra de conquista.
Desde luego, no podía faltar en esas páginas la explicación del pensamiento de Francisco Suárez (1548-1617), que fue jesuita, se formó en Salamanca y enseñó “prima” en Roma, Alcalá y la misma Salamanca, y fue uno de los iniciadores del pensamiento político moderno. Si Francisco de Vitoria
(c. 1492-1546) fue autor de un pensamiento tan poderoso que llegó a influir en Hugo Grocio, Suárez superó a Tomás de Aquino en sus doctrinas teológicas sobre el derecho de los pueblos. Tanto lo superó, que llegó a sostener que ningún monarca detenta el poder de un modo absoluto ni arbitrario, sino por una delegación basada en el consentimiento, con lo cual se adelantó a la doctrina roussoniana del “contrato social”. Más todavía, Suárez sostuvo que la resistencia del pueblo al poder, e incluso la revuelta, son justificadas moral y jurídicamente cuando el monarca abusa del poder perjudicando los derechos de los individuos y de los pueblos.
Para quienes han alimentado la “leyenda negra” y han recurrido al fanatismo político o religioso para condenar en bloque todo lo español y todo lo eclesiástico, imaginando que la realidad humana está escrita en blanco y negro; pero también para aquellos que han creído que las grandes conquistas del derecho nacieron anteayer, la lectura de esas páginas del doctor Silvio Zavala es un ejercicio indispensable.