La opinión pública, que últimamente tiende a expresarse con mayor libertad, coincide en que Correa construyó un sistema para asegurar la permanencia del socialismo en el poder y volver imposible el juzgamiento de las incorrecciones de su gobierno. Pensó que, elegido Moreno, podría gobernar por interpuesta persona, como Putín con Medvedev. Saltaron las primeras chispas cuando, ante las revelaciones de corrupción, Correa acusó a su sucesor de desleal, mediocre y traidor.
“La mesa no está servida” sintetizó Moreno al referirse a la economía, primera herencia negativa que recibió. Autorizadas voces, descalificadas prepotentemente por Correa, le habían advertido sobre las nefastas consecuencias de sus incontrolados dispendios.
“Alianza país es Correa” siguen diciendo los sumisos adictos al caudillo, cuya proclama, propia de dictadores y sátrapas, había sido “Yo soy el pueblo”. Correa respira el convencimiento ególatra de que tiene una misión divina que cumplir: acaba de anunciar, en Bogotá, que está “dispuesto a sacrificarse” y regresar al Ecuador para salvarlo.
“Nuestra Constitución durará 300 años” tronaron en Montecristi. Pero, fresca aún la tinta barroca con la que se la escribió, fue violada mediante reformas que buscaron favorecer a la ideología oficial. Hoy, Correa, fiel a su carencia de principios, quiere, al más puro estilo de Maduro, una nueva Asamblea Constituyente, mientras otro de sus súbditos ha admitido que, para que el “proyecto” socialista no decline, hay que aceptar “sacrificios políticos”, pretendiendo así excusar sus permanentes violaciones de los valores democráticos.
Correa nos ha dejado un Ecuador dividido, azotado por una crisis económica y política. Su autoritarismo domesticó y acostumbró a sus “compañeros” a obedecerle e impidió toda fiscalización.
Sin embargo, su peor legado es haber degradado la severidad ética y moral que se vive en nuestro país. Con estupor, el pueblo se entera diariamente de nuevos negociados y maniobras que demuestran que la supuesta corrupción fue un modus operandi y que quienes hablaban de manos limpias las tenían requetesucias, convencidos de que sus jugarretas eran “negocios entre privados” o “cortesías comerciales”, o que “los sobornos no perjudican al estado”, como lo sostuvo Correa.
El Presidente Moreno ha denunciado la irresponsabilidad en la construcción de obras públicas emblemáticas, como refinerías, centrales eléctricas, escuelas y ciudades del milenio, aeropuertos y Yachay, que hablan a gritos de corrupción e incompetencia. Estas lacerantes realidades le obligan a tomar decisiones claras, concretas y urgentes para evitar que aumenten las dudas –que ya han nacido- acerca de su proclamada voluntad de luchar contra la corrupción y la impunidad.
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