Es pensar no solo en hoy y mañana sino en pasado mañana. Los gobiernos siempre son transitorios, como la vida, y el país es permanente. Las decisiones de los gobernantes, para que sean trascendentes, precisan de instituciones fuertes, creíbles y respetadas. La institución policial, lamentablemente, ha sufrido un deterioro evidente que significa un retroceso hacia la debilidad y la inestabilidad, por falta de conducción y liderazgo.
Quienes sean culpables de estos vergonzosos acontecimientos deben ser sancionados conforme a la ley, pero al mismo tiempo se debe restañar heridas entre las instituciones armadas, para que ambas sean respetadas.
Para imprimir una dirección en la historia debemos contar con líderes políticos, pero también con líderes en todas las actividades, conductores eficaces y creíbles. El líder político, según Ortega y Gasset, debe reunir dos caracteres antagónicos: fuerza vital y conocimientos, impetuosidad y agudeza. Rodrigo Borja en su enciclopedia política afirma que mientras más graves sean los problemas que el líder debe afrontar, mayores son su serenidad y su firmeza. Para proyectar la imagen de seguridad, conocimiento y credibilidad, debe también hacer concesiones a la realidad, en aras del bien común.
Si bien el líder debe ser obstinado, no debe ser obcecado. La obstinación es buena cuando denota persistencia en un rumbo para vencer los obstáculos, pero no necedad y pertinacia ante opiniones razonables. Debe ser perseverante, tenaz sí, pero permeable ante la realidad objetiva.
El líder se va formando a través de sus ejecutorias, va logrando credibilidad para que el pueblo al que conduce se sienta bien representado y le obedezca. La buena conducción denota serenidad y seguridad y debe dar paso a la reconciliación y al trabajo con equipos experimentados.
De otro lado, hacer leyes es una de las actividades más complejas del intelecto humano y su importancia capital está dada porque las normas legales condicionan la vida misma de los ciudadanos, moldea su comportamiento y afectan a la vida de las sociedades.
Entonces la tarea de formación de leyes debe ser encargada a los hombres más talentosos y sapientes de un país. No cualquiera persona, por más buena voluntad que tenga puede ser idónea para diseñar y crear cuerpos legales.
En el Ecuador son los asambleístas y el Presidente de la República los responsables del proceso hacedor de leyes. Para que sean perdurables deben ser reflexivas y con plena participación y mutuo respeto entre los colegisladores.
Lamentablemente en nuestro país constatamos un enervamiento recíproco que está llevando a dictar leyes en forma improvisada y poco trabajada, que infelizmente arroja resultados criticables. Esto no debe seguir así.