La visita iraní sirvió bien para que el Gobierno resucite el cuento simplista del lobo feroz en nuestro imaginario: ¿Podemos tener relaciones soberanas con todos los países? ¿Tiene derecho EE.UU. a opinar sobre nuestras relaciones? Las respuestas pueden sintetizarse en un sí y no rotundos donde, de paso, algunos sientan el impulso irrefrenable de cantar Patria Tierra Sagrada.
Para empezar, podemos dejar de lado las variables conocidas: que Irán es víctima de las potencias de Occidente y de su doble moral. Y, por supuesto, la extrema situación de derechos humanos en Irán, cuando otros hacen cosas similares.
La pregunta que nadie ha podido responder -ni en el Gobierno ni fuera de él- es porqué Irán es una prioridad de política exterior del Ecuador. Porque lo es. Si era el tema comercial como se pregonaba en el 2008, los datos dicen lo contrario. Esta alianza más bien ha jugado contra el Ecuador, pues ha alejado importantes inversionistas árabes como Qatar. Sobre la geopolítica –concepto bastante en desuso ya– basta mirar el mapamundi para ni siquiera comentar sobre el tema.
Pero hay un tercer punto: el proyecto contrahegemónico. Se trata de una ambiciosa idea que ronda en los pasillos gubernamentales y en la sede de Caracas. La ambición de generar un contrapeso a EE.UU. y las potencias occidentales. ¿Es realmente posible y es necesaria para el desarrollo del Ecuador? Sería posible si ese eje incluyera el liderazgo de países como China o, al menos, una coalición con mucho prestigio como Brasil, India, Sudáfrica o Turquía. Lo que no quieren reconocer los contrahegemónicos es que Venezuela no es ni siquiera la sombra de cualquiera de estos países y su liderazgo es una quimera. Pero si es la voluntad de Venezuela, eso no explica por qué el Ecuador la sigue a ojo cerrado.
La segunda pregunta es si emprender el camino de la contrahegemonía es necesario para mantener la soberanía o para un cambio positivo en el Ecuador. Y ahí es donde no hay respuesta. Nunca se ha explicado por qué es necesario para el Ecuador jugar al ‘outsider’ en relaciones internacionales o, como diría el Washington Post, a parias mundiales. Son más o menos cinco países en un mundo de 192 los que quieren jugar ese juego ¿qué sentido tiene y si lo tiene, para qué sirve? Si algo nos ha enseñado la historia es que estos juegos contrahegemónicos solo sirven para perder soberanía, no para ganarla. Es más bien una invitación en letras de neón para que agencias de inteligencia, ejes de control y hasta mercenarios políticos y de otros tipos vean al país como el lugar perfecto para sus andanzas. ¿Creen que fue por casualidad que pescaron unos sudaneses en Quito, o que un miembro de Al Qaeda pasó por Ecuador? La contrahegemonía puede sonar muy romántica para la izquierda de cafetín. En el mundo real nadie ha llegado al desarrollo por ese camino. Ojalá escuchemos explicaciones convincentes de lo contrario.