Un viejo principio de la filosofía marxista dice que la práctica es el único criterio de verdad que tiene validez. Su formulación completa se encuentra en la segunda de las «Tesis sobre Febuerbach» (1845) y de su texto se desprende que ni el principio de autoridad, ni la tradición ni el consenso mayoritario pueden ser garantías de verdad: la única válida y posible es la práctica. En otras palabras, solo podremos saber si una idea es verdadera si los resultados de su aplicación son precisamente los esperados.
Durante mucho tiempo los comunistas adoctrinaron a sus catecúmenos proclamando este y otros principios que, al ser repetidos al pie de la letra, pasaron a formar parte de su propio catecismo bajo el aval de la tristemente célebre Academia de Ciencias de la Unión Soviética, responsable en gran medida de haber hecho del pensamiento crítico de Marx un dogma cuasi religioso y del stalinismo un incomprensible «modelo revolucionario». Nunca se le ocurrió, sin embargo, aplicarse a sí misma y a su partido este principio cuya validez me parece incuestionable.
Si lo hacemos por nuestra cuenta, la conclusión es clara: todos los intentos de aplicación de las doctrinas comunistas a la organización de sociedades y economías muy distintas han terminado en un ruidoso fracaso, desde la misma Unión Soviética hasta los dudosos experimentos que se han intentado en nuestra América, en estrambóticas mezclas de las doctrinas marxistas con otras de diversa procedencia. Por lo tanto, y de acuerdo al principio enunciado por Marx, ya nadie puede pretender que su doctrina haya sido verdadera, aunque podría demostrarse que contiene muy importantes verdades parciales.
Sin embargo, la crítica de la sociedad regida por el capitalismo sigue siendo necesaria, puesto que, según el mismo principio, también él ha fracasado. Si empezó prometiendo un mundo en el que reinarían la libertad, la felicidad y la abundancia, ha terminado condicionando la realización de su promesa a una vida gobernada por su propia racionalidad, inseparable de una organización social basada en la producción y la acumulación. Donde existen sociedades que escapan a ese modelo, la promesa capitalista se limita a un uso instrumental de la razón para satisfacer demandas y necesidades social y geográficamente muy localizadas, lo cual deja de lado inmensas masas de individuos para quienes se encuentra aún presente lo que las sociedades avanzadas considera pasado. Y es necesaria esa crítica porque su ausencia no hace sino consolidar la barbarie, expresada con nitidez en la destrucción de la naturaleza y practicada en forma cotidiana en el desenfrenado consumo de valores mercantiles que han sido despojados de todo valor de uso.
Es necesario, por lo tanto, intentar el desarrollo de un pensamiento alternativo que sea capaz de expresar válidamente el movimiento general de la sociedad en su esfuerzo constante por humanizar la vida y liberarse del hambre, de la ignorancia, la enfermedad, la inseguridad y la injusticia.