Tiene razón el presidente cuando dice que “ahora se llama revolución a cualquier pendejada”. Y los ecuatorianos le agradecemos mucho que haya impulsado la descorreización del país, pero tampoco olvidamos que varias autoridades del actual Gobierno fueron cómplices de que esa pendejada se llamara revolución.
Nada nuevo bajo el sol: la política, como la plaza de feria, siempre fue el reino de las palabras mágicas. Cuando Velasco Ibarra prometía destruir a la oligarquía en seis meses estaba mintiendo pues eran los oligarcas quienes financiaban sus campañas y se beneficiaban de sus gobiernos, pero la masa votaba por él. Cuando el charlatán oferta la pomada de la gran bestia, el doliente intuye que es mentira pero quiere creérsela. No es el cuentista cuanto la oreja que escucha la que revaloriza el sentido de las promesas trilladas. Igual en la política pues, de otro modo, se acabarían las campañas electorales.
Pero todo tiene su límite. Y ese límite en el Ecuador fue el Estado de Propaganda que perversamente vació de contenido al discurso político. Más grave que robarse la plata fue robar el sentido a las palabras y utilizarlas para decir lo contrario de lo que querían decir, degradándolo todo. Si en mis tiempos de universitario izquierda significaba ante todo honestidad, sacrificio, pensamiento crítico, hoy, cuando uno pregunta a un taxista qué es ser de izquierda, responde “ser ladrón”.
¿Qué pasó? Pues que los pícaros que nos gobernaron (la mitad de los cuales continúa en el mame ‘porque hay que defender las conquistas de la revolución ciudadana’, o sea, sus ingresos) dejó el campo de la política convertido en un muladar, un basurero ilimitado de palabras, imágenes y conceptos tan manoseados que en la última encuesta de Cedatos, al 59% le desagradan todos los movimientos políticos y al 73% le interesa poco o nada las elecciones seccionales.
Pero la izquierda y la socialdemocracia no son víctimas inocentes pues accedieron de mil amores a que el impostor y su camarilla verde-flex les birlaran espacio y lenguaje al mismo tiempo. Enlodados hasta la cintura, hoy tratan de lavarse el estigma de Correa (no necesariamente del Proyecto) creando nuevas consignas pues a quién diablos van a venderle algo llamado revolución o socialismo o izquierda si cuando la gente oye ‘revolucionario’ piensa en Glas, los Alvarado, Pólit, Capaya o los Kirchner, Ortega y Maduro. Y la categoría ‘intelectual de izquierda’, que brillaba con el prestigio de Agustín Cueva o J. E. Adoum, ahora nos remite a personajes tan cuestionados como Yachay Ramírez, el filósofo Ehlers o el poeta Javier Ponce.
Apremiados para darse un nuevo nombre, los intelectuales (excorreístas) del Gobierno han rescatado del baúl del siglo XIX el membrete de los enemigos de Alfaro: los progresistas. ¿Será una pendejada más?