Pedir perdón…

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha instado al gobierno de España a pedir perdón por los abusos cometido por los conquistadores contra de los pueblos originarios de México. De cuando en cuando, alguno que otro español, todavía lo hace para no sentirse cómplice del “absurdo trágico de la historia”.

El “descubrimiento” y la “conquista” de América fue un episodio histórico inevitable, aunque cruel y destructivo. El desarrollo de algunos elementos culturales traídos por los españoles fue acompañado por la regresión de conocimientos esenciales de las culturas indígenas, sus consecuencias todavía se hacen sentir.

En su reciente libro, Vicente Chato, quichua de Ambatillo, refiriéndose al quebrantamiento de las estructuras sociales indígenas escribe: “nos han humillado, empobrecido, han tratado de excluirnos y negar nuestros derechos”.

Pero la responsabilidad de la situación indígena no hay que cargarla únicamente sobre el Descubrimiento y la Conquista de América. El Estado-nación que surge en el siglo XIX legalizó y acentuó las desigualdades entre nación y nacionalidades: “las clases sociales son solo una de las formas históricas de desigualdad social, según Ulrich Beck, hay que mirar al Estado como marco de interpretación histórica para entender la desigualdad social”. El hecho de que se declarara al Estado ecuatoriano Plurinacional, sí fue una manera metafórica de pedir perdón a los indígenas, aunque todavía resulte solo “lágrimas de cocodrilo”.

Pero hay más: el sistema de desigualdad social que ahora se impone en el mundo entero, se establece sin tomar en cuenta las fronteras de los estados, y afecta, sobre todo al medio natural y a los más pobres. En el Ecuador, sobre todo, son los indígenas los que tienen que asumir los riesgos de una globalización, que cómo un poder difuso se externaliza en el ciberespacio, en el mercado y en el capital mediante las transnacionalizadoras activas que se alían con en las élites globalizadoras.

Frente a los riesgos de las mineras, el Estado (gobiernos de turno), titubea entre la defensa nacional del territorio y las ofertas económicas. Este nuevo poder no pide perdón a nadie porque tampoco reconoce a nadie.

Pero en las últimas elecciones del Ecuador y desde el otro lado de los intereses mineros, se ha levantado un líder indígena llamado Yaku (cómo símbolo del agua y de la fertilidad de la tierra). Triunfó la consulta sobre el cuidado de Kimsacoha y ganó la prefectura del Azuay.

Resulta paradójico que sea precisamente un indígena, que más allá del peso de la conquista, de la indiferencia estatal, y de la presión de las transnacionales, se haya puesto en el centro de una lucha que va más allá de las fronteras y del presente, recordándonos que el agua es lo más importante en el mundo en que vivimos. Cuando destruyamos al agua y tratemos de pedirle perdón, será ya muy tarde.

Columnista invitada

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