¿Pederastia, centro de la crisis?

Las propuestas que se desprenden de la última cumbre de la Iglesia Católica sobre abusos sexuales a menores nos deja a muchos atónitos y a otros con más desconfianza en la institución. El establecimiento de “estructuras de escucha” y denuncia no hace sino dejar al descubierto una Iglesia que intenta tapar huecos donde hay verdaderos socavones que tratar. También sorprende las voces de algunas mujeres –monjas y seglares- que desde organizaciones como “Voices of Faith” (Voces de Fe) reclaman ejercer cargos de responsabilidad con el fin de estar presentes en la toma de decisiones de esta monolítica y jerárquica institución. Si bien en extremo importantes, el problema de fondo que se debería tratar va más allá de todos los abusos de poder y sexuales por parte de curas, obispos y…también de monjas (poco tratado por los medios); más allá de si pueden ordenar o no a las mujeres, situación que a estas alturas ya debiera haberse resuelto.

¿Por qué se dan estos abusos execrables? El centro está más bien en la crisis general del sacerdocio/obispados ejerciendo un poder omnímodo en sus comunidades, poder instituido por la misma Iglesia y aceptado tácitamente por los fieles a lo largo de 2000 años. Jesús nunca mencionó al sacerdocio ni a los sucesores de sus apóstoles como obispos. Estos “cargos” se ejercen al margen de las Escrituras, explica el teólogo suizo Herbert Haag en una obra seminal: “Qué Iglesia quería Jesús?”(1998).

Esta “autoridad” patriarcal tiene su propia historia. El obispo y mártir Ignacio de Antioquia entre los años 160 y 170 realizó un cambio decisivo instituyendo un episcopado monárquico que establecía jerarquías entre sus servidores cercanos. En el siglo III la Iglesia se vuelve clerical, es decir se divide el sector laico del clero. El clero adquiere autoridad y privilegios. San Cipriano aprueba el ascenso jerárquico; el Papa ocupa, dice, el lugar de Cristo. Cambia la figura de “pueblo sacerdotal” al “pueblo de los sacerdotes”. Y la historia del ejercicio del poder es interminable. Recordemos en casa propia los abusos de curas y encomenderos denunciados por el dominico Bartolomé de las Casas en el siglo XVI, cuando apenas la Iglesia empieza la colonización cultural de los pueblos indígenas americanos. Recordemos la famosa figura del “derecho a pernada” que tenían los curas de pueblo. Historias que se han seguido repitiendo hasta el presente.

Una cumbre, un posible concilio Vaticano III, debería tratar el desmontaje total y absoluto de la figura sacerdotal y las proyecciones para recrear una comunidad fraterna horizontal como la que propugnó Jesús. De esta manera se excluirían varios problemas: el poder de los “ordenados” frente al pueblo, el celibato, la ordenación de mujeres…y se lograría una verdadera comunidad cristiana.

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