Tenemos un montón de cualidades. Nos reconocemos “buena gente”, generosos, luchadores, confiados, solidarios e idealistas. Nos gusta la verdad y la fidelidad por lo que nos revienta que nos vean la cara de bobos o nos engañen. Pero también tenemos nuestros defectos: inventamos cualquier pretexto para evadir las responsabilidades, llegamos tarde a las reuniones, incumplimos los plazos de trabajo, jugamos con las normas, vemos la quinta pata al gato, nos quejamos de todo y echamos la culpa al otro de los errores propios.
Así somos muchos ecuatorianos y ecuatorianas… también nos definimos amables, dejados, machistas y agresivos. Somos maltratantes, fuimos maltratados de generación en generación. “La letra con sangre entra” fue y es una práctica en aulas y hogares. Cumplimos el deber con premura después de recibir un carajazo. Y cuando nos conviene lanzamos nuestro improperio para que las cosas funcionen. ¿Será por esto que para solucionar los problemas anhelamos un “papá duro” pero responsable, de una autoridad fuerte, de un déspota como dirigente? ¿Requerimos de las órdenes y de las sanciones para caminar? ¿La fuerza bruta es el aceite para movernos? ¿Las buenas maneras, el diálogo, la libertad, la democracia no sirven para manejar un pueblo como el nuestro? ¿La proactividad, la autonomía, la creatividad son virtudes todavía de pocos?
Seguramente piensan así los ideólogos de la Revolución Ciudadana (RC) que diseñan la nueva institucionalidad: a un pueblo inteligente, díscolo y relajado hay que ordenarlo y disciplinarlo a patadas. Por esto, el nuevo código penal y el nuevo reglamento de tránsito proclaman a todo pulmón: ¡control! ¡sanción! ¡cárcel!
Así las cosas, si se aplicara con rigor la norma de tránsito el 80% de quiteños y el 90% de guayaquileños estaríamos en las cárceles. Los buseros primero. Si sale tal cual de la Asamblea el código penal, el nuevo programa “exitoso” de construcciones del Gobierno no sería en vivienda, ni en carreteras, sino en cárceles. La publicidad oficial debería decir: “Te acuso… por disciplinarme, por construir mi cárcel querida”.
La “modernidad” de la RC es la continuidad de la “vieja modernidad capitalista” denunciada por el filósofo francés Michel Foucault en su libro Vigilar y Castigar: el “desarrollo capitalista” exige individuos dóciles y útiles por lo que la institucionalidad debe moldearlos a través de diversos procedimientos: controlar, medir, evaluar, calificar, sancionar, establecer rangos, registros. Vigilar para que las personas “cumplan” con las normas del poder. Castigar para “corregir” a quienes se salgan de la norma.
La respuesta a un pueblo dejado no es la represión. Lo vuelve más dócil. Es la ciudadanización a través de una buena educación. Es la toma de conciencia y el ejercicio de los deberes y derechos.