Mucha gente quisiera que, al fin, el conflicto secular de Medio Oriente llegue a un camino de solución; que el padecimiento del pueblo palestino termine; que los bombardeos de civiles, asesinatos de niños, bloqueo de entrada de medicamentos y comida se acaben.
Pero, al cabo de cien años que la cuestión comenzó, y después de al menos sesenta que la “comunidad internacional” liderada por Estados Unidos dice buscar una salida, la solución parece más lejana que nunca. El gobierno de Israel dispone el abordaje en aguas internacionales de barcos que llevan ayuda humanitaria a la franja de Gaza, sitiada por su ejército, y no solo justifica esa acción, ilegal desde todo punto de vista, sino que amenaza con repetirla sin limitaciones.
Desde luego que la cuestión no es simple. También hay violencia injustificada en algunos grupos extremistas islámicos, que complican la situación y la vuelven más explosiva. Pero desde hace años que los gobiernos de Israel abandonaron una línea de apaciguamiento y de negociación, lanzándose a la guerra total sin restricciones, en la que las principales víctimas son inocentes.
Sobre los cadáveres de varios líderes israelíes que buscaron la paz y que fueron asesinados por terroristas, pero no árabes sino fanáticos sionistas que predican la guerra santa como mandato divino, se ha levantado una política de sangre e intolerancia comandada por Benjamín Netanyahu, primer ministro de extrema derecha, cerrado e intolerante, que cree que la solución es el exterminio.
Estas son las iniciativas de Netanyahu: Levantar un muro en la frontera, negarse a cumplir acuerdos anteriores, promover que se sigan construyendo asentamientos judíos en tierras palestinas, violar los derechos humanos de los presos, mandar tanques sobre viviendas civiles, matar escolares, impedir que la gente pueda comer y tener alimentos, ahogar en sangre las protestas.
Y después de eso, todavía se admiran que los grupos más radicales de entre los palestinos a la violencia respondan con violencia; que cometan actos suicidas de agresión, y sobre todo que ganen elecciones, porque la gente hundida en la pobreza, la inseguridad y la desesperanza los ve como única posible resistencia.
A estas alturas ya están dolorosamente decepcionados los ilusos que creían que el color de la piel de un nuevo presidente norteamericano iba a sobreponerse a los intereses que protegen y alientan la guerra de exterminio que el gobierno israelí lleva adelante. Han visto que la política exterior norteamericana en este, como en otros aspectos, es una continuidad de Bush & Bush.
Solo queda que la gente decente y humanista del mundo sigua gritando a favor de la paz y la razón; recordando que el haber sido víctima de un “holocausto” no le da derecho a un pueblo a desatar uno similar contra otro pueblo.