La paz ... ¿es posible?
No nos referimos a lugares fuera de nuestro territorio, ni a catástrofes bélicas, ni al cruel embate contra religiones y etnias que con bestialidad flagelan a diversas regiones. Hablamos de Ecuador, nuestra reducida pero hermosa tierra, plagada de envidiables recursos naturales, de grandes riquezas con las que Dios, con su generosidad, colmó a este suelo patrio.
Sí, con tristeza y, por qué no, con dolor, percibimos resentimiento y odio a través de las redes sociales, publicaciones y otros medios que, con exteriorizada malicia y dudosa intención, dizque, al amparo de una “vejada libertad”, avivan un ambiente mórbido de intranquilidad, de incertidumbre; penosamente fundamentado en noticias falsas o mal interpretadas, difundidas de manera chueca o incompleta.
Se utilizan, con baja intención, datos que persiguen destacar solo lo negativo. Y si no hay nada de eso, hallan artimañas para forzar una equivocada percepción; se soslayan las buenas noticias -que, desde luego, sí las hay, y muchas-; en fin, tanta acción perversa que menoscaba lo positivo -que está a la vista- pero obnubila la razón de algunos, con vendas perniciosas que no les permiten ver con claridad.
No se trata de tomar partido, menos de parcializarse a favor -o en contra- de posiciones adversas.
Se percibe el corrupto statu quo de ciertas personas y grupúsculos, que intentan salvaguardar, con uñas y dientes, sus exclusivísimos privilegios y prebendas, muchas de ellas, logradas para conveniencia de quien se las concedió.
Y esos, los que vociferan defender la democracia, la libertad, los que tachan de autoritarismo, de porte dictatorial, de tiranía, son los que –irónicamente- condenan a otros, sin permitir una mínima expresión con diferente punto de vista.
Vivíamos un sistema verdaderamente injusto en el que, quizá, muchos –o todos– formábamos parte. Pensábamos que esas “concesiones especiales” a esos minúsculos estratos, ciertamente privilegiados, sabrían –oportunamente– devolverlas, con creces, a la sociedad.
Pero no, con excepcionales casos, aquello nunca se dio; más bien, se las aprovechó para su bien particular, sin mirar a futuro, sin pensar en la patria, sin entender que el bien común trasciende siempre a cualquier bien particular.
La paz es el resultado certero de un ejercicio constante de desprendimiento, de botar el egoísmo, de pensar en los otros, antes que en uno mismo; es el ceder posiciones, tras convenir grandes objetivos comunes –eso sí– al margen de posturas y vicios arraigados.
¡Claro que la paz es posible en Ecuador! Lo imposible es curar la mente y el corazón infectado de algunos, de los que recuerdo, esos mismos que siguen allí, que ansían aferrarse a un poder mal entendido que, a la sazón, solo trajo injusticia, inequidad, disturbio y caos enquistado en nuestra sociedad.