No hay nada más importante para la humanidad que deshacerse del armamento nuclear almacenado por décadas por los países que decidieron emprender el camino sin retorno. Por eso, la Cumbre de Seguridad Nuclear en Washington debe llevarnos a reflexionar sobre todas las aristas del problema que puede poner en vilo la vida misma en la tierra. El temor y los intereses de los países desarrollados pero también de muchos emergentes han generado un acuerdo tibio, donde apenas se ha subido algunos peldaños de un edificio de más de 100 pisos. Solo se ha garantizado que “se considerará, cuando sea apropiado, consolidar la seguridad nuclear en los actores existentes”. Y lo que es aún peor, “considerará, cuando sea apropiado, disminuir la gradación de las centrales que están trabajando con uranio enriquecido”.
El cuento de terror empezó con la carrera nuclear de Estados Unidos y la Unión Soviética, cuando se inició la Guerra Fría. Para los estrategas internacionalistas, esta carrera terminó siendo la mejor forma de contención para una Tercera Guerra Mundial, pero a medida que más y más países entraron en el selecto club, esta supuesta seguridad dejó ver sus entretelones. En los años setenta, incluso el uso con fines pacíficos de esta energía entró en duda cuando sucedió un fuga de considerables proporciones en China y una década después en Chernobyl. El mundo aprendió que no hay cien por ciento de seguridad en materia nuclear y por eso, activistas empezaron a demandar la eliminación de todas las formas de proliferación. Ahora la seguridad nuclear no solamente está amenazada por accidentes aislados en distintos reactores, sino también por grupos terroristas que, como señaló el ex director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Mohamed El Baradei, “están buscando activamente formas de obtener al menos un poco de uranio enriquecido, que puede caber en solo una pelota de fútbol”.
Es extremadamente difícil exigir que todos los países reduzcan al mínimo su enriquecimiento de uranio. Apenas unos cuantos países han aceptado el reto: Canadá ha prometido no solo resguardar sus centrales sino también convertir todas las que tiene a uranio de baja gradación. Chile y México se han convertido en ejemplos latinoamericanos porque han decidido, en el primer caso, desmontar su única central de baja gradación y, en el segundo, transformar su central a una de muy baja gradación. Pero a más de estos bien intencionados, existen ocho países con armas nucleares probadas y tres que las tienen sin beneficio de inventario: India, Pakistán y Corea del Norte. Por ahora, el único juego que resta es no dejar que nadie más entre al temido club, pero exigir esta condición sin haber cumplido con acuerdos previos es cada vez más peligroso y está en manos de Rusia y EE.UU. evitar el daño moral que está causando el doble estándar.